Todo empezó con un tuit que hice sobre la necesidad de abrir un diálogo entre la RSE y la economía del bien común. Aquel tuit tuvo diversas reacciones, y creo que es bueno retomar el hilo, aunque de momento sea solo mediante esta breve nota.
Como lo que me interesa más es señalar cómo pueden abordarse algunos puntos de encuentro o de diálogo, no voy a entretenerme en señalar el camino que, a mi parecer, aún le queda por recorrer a la economía del bien común. Algo que, por otra parte, es un componente intrínseco de su planteamiento, porque se entiende a sí misma no como una propuesta sino como un proceso de propuestas.
Pero, pese a todo, no se pueden enfatizar los puntos de encuentro obviando las discrepancias, aunque sea sólo en forma de enunciado. Y como lo que opino de la RSE ya es suficientemente conocido por los lectores de este blog, me voy a limitar a la economía del bien común… Cuya primera dificultad estriba en saber exactamente en qué consiste, puesto que bajo su paraguas se aglomeran propuestas diversas, de lo más variopinto, y a veces de difícil encaje entre sí. Por otra parte incluso conceptualmente a menudo su núcleo baila, puesto que bajo esta denominación se cobijan desde herederos de la doctrina social pontificia hasta justificaciones que se apoyan en y dependen de la lógica bienestarista. Especialmente relevante me parece –al menos desde una mínima honestidad intelectual- aclarar la relación con la doctrina social pontificia (denominación que prefiero a la convencional de doctrina social de la iglesia, porque en la iglesia –católica, otro implícito- hay más doctrina social que la elaborada por los últimos papas). Me parece poco serio levantar la bandera del bien común y ningunear o no tener nada que decir sobre la sólida contribución de la doctrina social pontificia al respecto. También me sorprende, a estas alturas, una cierta visión no ya crítica sino simplemente desenfocada de la RSE: reducida a filantropía o confundida con los emprendimientos sociales. Y aunque el tono de los planteamientos generales y el listado de alternativas a veces me recuerdan -en el mejor sentido de la expresión- a los socialistas utópicos, también me parece que a estas alturas ya deberíamos estar vacunados ante la ingenuidad de creer que cuando alguien acierta en el diagnóstico de lo que no funciona, de ello se infiere que la solución consiste en hacer exactamente lo contrario. Y, de la misma manera, no estoy tan seguro de que añadir por activa y por pasiva el adjetivo "democrático" a instituciones, reglas y procesos los transforme por arte de magia en algún sentido. Ni tan siquiera que los haga más democráticos.
Y precisamente gracias (y no pese) a lo que acabo de decir, creo que es necesario un diálogo entre la economía del bien común y la RSE. Entre otras cosas porque, como ya he insistido en más de una ocasión, la RSE no se ha planteado la necesidad –o no- de un nuevo orden económico ni la legitimidad concreta de los contextos socio-políticos en los que opera. Atención: el tópico diría que no lo ha hecho, simplemente, porque forma parte del sistema. No lo tengo tan claro. Aunque es obvio que en algunos casos es así, no creo que en otros esté tan alejado de la cuestión, aunque disponga de menos recursos conceptuales y analíticos para abordarla. Hoy vivimos diversas fracturas, y nuestro riesgo es pensar simplemente desde ellas: entre lo económico y lo social; entre trabajo y creación de riqueza; entre mercado y democracia; entre lo económico y lo ecológico; entre antropología y espiritualidad. Y nuestro riesgo es reproducir estas fracturas con un pensamiento fracturado o hecho de contraposiciones simplificadoras. Todo ello confluye en nuestra dificultad para pensar, vivir y articular de manera integrada valores y objetivos; principios e intereses; lo local y lo sistémico… sobre todo cuando se trata de hacerlo en la acción y en la toma de decisiones, y no en seminarios académicos o fabricando powerpoints con matrices y diagramas de Venn. El diálogo entre la economía del bien común y la RSE le puede ayudar a la RSE a caer en la cuenta, por ejemplo, de que su desarrollo hoy no se ve entorpecido por una falta de metodologías sino por un déficit de filosofía social. Y también le puede ayudar a tener la valentía de asumir que determinados retos y problemas que aparecen en la agenda de la RSE no se resuelven si continúa anclada en planteamientos puramente incrementalistas o correctores.
A mi modo de ver el abordaje del diálogo entre la RSE y la economía del bien común requiere al menos explicitar y elaborar dos asunciones. En primer lugar, que no es lo mismo pensar la actividades económicas a partir de un discurso socio-económico general (que después debe "aplicarse" a las organizaciones concretas), que hacerlo a partir de la organización y de la gestión (que después debe tener efectos a escala social). Estos dos enfoques –que podemos simplificar denominándolos ascendente y descendente- son más complementarios que contrapuestos, y ninguno de los dos puede pretender que puede dar respuesta a todos los retos que se le plantean.
Y en segundo lugar, y en parte como consecuencia de lo anterior, hay que ir acabando con el pensamiento binario que solo genera contraposiciones y exclusiones mutuas. Y me temo que, quizás como resultado de su deseo transformador de buscar alternativas, la economía del bien común tiende a la contraposición. Contraposiciones clásicas, por otra parte: público-privado, eficiencia-solidaridad, estado-mercado, libertad-igualdad; global-local; management-democracia… para seguir instalados ahí no sé si hacen falta las alforjas que se ofrecen. Al final, en términos organizativos concretos, a veces da la impresión de que todo se reduce a que hay que considerar como prioritario el desarrollo de cooperativas como modelo de referencia. He escuchado tantas veces en algunos ambientes que las únicas empresas socialmente responsables son las cooperativas, que he llegado a la conclusión que cada discurso axiológico produce el fundamentalismo que se merece. (Y no tengo nada en contra de las cooperativas, por supuesto, y he colaborado con gusto, interés y convencimiento con algunas de ellas).
Yo creo que el diálogo solo será posible si en lugar de llevarlo cabo desde las contraposiciones propias del pensamiento binario imaginamos los distintos planteamientos como posiciones distintas dentro de un continuo, con espacios de coincidencia y de diferenciación, y como una oportunidad mutua de aprendizaje. Y esto podría ser una buena posibilidad de apertura al cambio para todos, y en los más diversos registros.
La economía del bien común ofrece planteamientos muy interesantes y líneas de actuación muy sugestivas. Sería lamentable que ella y la RSE se plantearan como caminos paralelos, sin puntos de encuentro ni de intersección. Y sería lamentable porque, en contra de lo que dicen el tópico y la pereza mental, ni los planteamientos identitarios cerrados sobre sí mismos son un riesgo exclusivo de los nacionalismos, ni el fundamentalismo es un riesgo exclusivo de las religiones.
@JosepMLozano
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