Lo que sí se ha consolidado es la percepción de que la ISR ofrece una rentabilidad que resiste perfectamente -y con buena nota- la comparación con la inversión que no tiene en cuenta criterios sociales y de sostenibilidad. Al respecto ha sido necesario insistir especialmente en España porque el lamentable (y comparativamente excepcional) invento de los fondos solidarios contribuyó desde el origen a la percepción de que la ISR ofrecía menos rendabilidad, precisamente, debido a las contribuciones sociales que hacía. Aunque se explicara por activa y por pasiva que los fondos solidarios no lo eran a causa de esta contribución, porque no se hacía en detrimento de la rentabilidad sino que solía salir de las comisiones de gestión, esto no resultaba obvio y requería demasiadas explicaciones. Desde el primer momento he considerado que la existencia de fondos solidarios no aportaba nada a la ISR (y no sé si aporta tanto a las ONG beneficiarias), aparte de confusión en el mensaje. Pero en fin, al respecto hay mucho que decir, las opiniones son diversas, y no encuentro argumentos concluyentes para ninguna de ellas, incluidas las mías.
Pero sí, en cambio, me parece que un conjunto de circunstancias ha llevado a la ISR en una dirección que, en mi opinión, convendría revisar. La ISR ha buscado legitimarse insistiendo en su rentabilidad entre otras razones, como ya he dicho, porque tenía que hacerse un lugar en el mundo de los fondos de inversión, y porque estaba rodeada por el prejuicio de que sus criterios de inversión comportaban una merma de rentabilidad. Había que insistir en que eran fondos homologables desde el punto de vista de los resultados que ofrecían. Pero esto ha sido un triunfo comercial y una derrota conceptual, para decirlo rápido y a lo bruto. Porque ha comportado jugar el partido de la legitimidad en campo contrario. Ha continuado centrando el debate en la pregunta sobre quién es más rentable, como si el único criterio de que hubiera que tener cuenta para valorar una empresa (e invertir) fuera la rentabilidad. ¿Cuántos debates sobre la plausibilidad de la ISR han acabado aliviados cuando alguien ha podido mostrar que, comparativamente, eran igual o más rentables que los demás? Buufff, si es así, ningún problema, haber empezado por ahí, parecía ser la reacción de la gente ... y la reacción que se buscaba.
Me diréis que qué hay que decir, si no. ¿Acaso no son precisamente eso, fondos de inversión? Pues mira, a veces he echado de menos que desde la ISR se dijera algo así como: y si no somos los más rentables, ¿qué pasa? Hay más razones que justifican nuestra existencia que sólo la rentabilidad. Se dirá que esto genera problemas comerciales, pero es que la ISR tiene una función pedagógica, educativa, también en el discurso comercial, y no sólo en la gestión (gestión que debe ser igualmente excelente en la aplicación de criterios diferentes, y a veces solo se ha hecho émfasis en lo primero) . Función pedagógica, por cierto, que deberían haber asumido con mucho más énfasis las personas, organizaciones e instituciones para las que parecería que la ISR debería ser su opción preferente.
Y algo más que una función pedagógica o educativa. La ISR, si es algo más que una simple estrategia comercial para un determinado segmento de mercado, debe promover -a partir de su propia existencia- el debate, precisamente, sobre los dos grandes tabúes de nuestra vida financiera: el mito de la preeminencia absoluta del inversor y el mito de la maximización de la rentabilidad. La ISR tiene sentido, precisamente, porque en último término se fundamenta en la opción de que el inversor no es el último ni el único actor a tener en cuenta cuando se trata gestionar una empresa y valorar sus resultados; y en que la maximización no es un criterio autosuficiente ni jerárquicamente superior, y menos aún lo es la maximización a cualquier precio.
Afrontar la crisis que estamos viviendo y el camino que nos ha llevado a ella nos pide muchas cosas. Una de ellas, me parece, será la honestidad y el coraje de cuestionar el mito de la preeminencia absoluta del accionista y el mito de la maximización de la rentabilidad. La ISR, en sí misma, ya presupone este cuestionamiento en un grado u otro. Pero si comete el error de entrar en el juego convencional y en último término acepta que sólo se justifica a partir del mismo marco de referencia argumental de la no ISR habrá derrochado buena parte de su potencial.
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Es interesante tu reflexión pero sobre todo muy necesaria. Y en esta misma linea cabría preguntarse que entendemos por "máxima rentabilidad".
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