Por una serie de circunstancias que no vienen al caso, he tenido ocasión las últimas semanas de hablar muy a fondo con profesores y responsables de perfiles muy diferentes de diversas escuelas de negocios norteamericanas. Me bailan por la cabeza muy diversas sensaciones e ideas, algunas de ellas, como no podía ser de otra manera, contradictorias entre sí. ¿Como resumirlo? O mucho me equivoco, o vienen cambios, y además hay ganas de cambios. Ahora bien, ¿cómo serán estos cambios? Nadie se ve capaz de anticiparlo. Y no he visto ninguno que esté fraguando, más bien he constatado algunas cuestiones que seguro que formarán parte de los cambios, cuando se produzcan. Y atención, siempre tenemos la inercia de leer la palabra "cambio" en positivo, a favor de lo que nosotros nos gustaría, según las propias opciones o gustos. Que vienen cambios no excluye que vayan en direcciones más que sospechosas o discutibles. Pero, en cualquier caso, estos cambios, que pondrán en juego muchas variables, creo que tendrán que afrontar algunos de los temas que quiero apuntar. Y todos ellos giran en torno a la pregunta que me hago en el encabezamiento de esta entrada: la business education los últimos años no ha caído en la trampa de ser más business que education?
Lo planteo como una dicotomía, y ya se sabe que las dicotomías tienen la ventaja de ser claras y el inconveniente de ser simplificadoras. Por un lado, está la agenda de los que mandan y tienen responsabilidades en las escuelas de negocios, que están muy tensionados y agobiados (¡mucho!) por las presiones del mercado, las reglas del juego de la industria y el acoso de la competencia. Poca broma con todo esto: hay un entorno extremadamente competitivo que, como mínimo, pide que no se hagan planteamientos con supuestas pretensiones alternativas que caigan en la ingenuidad de afirmarse como si este entorno no existiera. Ahora, hay responsables de las escuelas de negocios -y no son pocos- que ya les está bien que las cosas sean así, y utilizan la realidad de este entorno no sólo para justificarse, sino para reforzarlo. Por otra parte, la gente que, a menudo sin grandes responsabilidades directas en las escuelas de negocios, pero muy activa dentro de ellas, tiene serias dudas sobre la dirección dominante que se ha emprendido en los últimos años. Gente que se está replanteando muchas cosas: metodologías, contenidos, prácticas... y que en muchos casos ha decidido ir al grano en la dirección que cree personalmente y profesionalmente que debe ir, que podríamos resumir en dejar de estar al servicio del modelo dominante de negocio y de empresa que han predominado en los últimos años, especialmente en lo que atañe a criterios, valores y legitimaciones. Gente que en muchos casos ha decidido trabajar con un pie dentro y uno fuera de las de las escuelas de negocios (en centros, instituciones o consultorías), para ganar libertad, perspectiva y tener más margen para innovaciones. Nos encontraríamos, pues, ante una paradoja: las escuelas de negocios hablan mucho de innovación y cambio pero, en tanto que instituciones, son ellas mismas muy conservadoras (y no me refiero sólo al contenido ideológico, que también). Un brillante profesor de una no menos brillante escuela de negocios, con obra publicada y propuestas más que sugestivas, me recomendaba mantener siempre un pie fuera para protegerme -dijo literalmente- de la insanidad y la frustración que generan las escuelas de negocios.
No todo el mundo me da consejos tan depresivos, claro. Los que lo miran con más ánimos me insisten todos en lo mismo: el tema clave pendiente es el profesorado y, especialmente, los jóvenes profesores. Esto aparece con fuerza cuando yo les comento que cuando se habla de valores, RSE y otros temas similares, lo que constato todo es que siempre se habla de curriculums, programas, cursos y asignaturas; se habla de actividades extracurriculares, proyectos y conferencias... pero nunca se habla del profesorado, del modelo educativo y del modelo de empresa que se transmite. Por eso mucha gente se está preguntando si las escuelas de negocios no estarán equivocando hablando de -y exigiendo- sólo publicaciones y conocimiento especializado. ¿Qué es lo que estamos incentivando en la práctica y de hecho en el mundo académico, discursos políticamente correctos sobre los valores y la misión aparte? ¿No se habrá olvidado la necesidad de tener algún modelo de empresa y/o de proyecto educativo compartido como marco de referencia? Es evidente que muchas escuelas de negocios tienen excelentes declaraciones de misión y de valores, pero detecto la desazón ante el riesgo de que el discurso sobre los valores y la misión se convierta en una voz que viene del pasado más que una mirada que ilumina el camino hacia el futuro. Es evidente que no hay que ser maniqueo, y que en el discurso de las escuelas de negocios no todo son rankings, journals, técnicas docentes y creación de redes. En muchas escuelas de negocios hay intangibles arraigados en su cultura, que transmiten una manera de hacer y una manera de ser. Ahora bien, ¿quién y cómo se cuida de los intangibles? ¿Quién, cuándo y cómo se revisan y se delibera sobre su conveniencia y plausibilidad?
Y hay todavía una tercera gran línea de fondo. Vuelve a emerger la necesidad de una revisión crítica del sistema económico y sus fundamentos. Esta es una preocupación central de este blog, no en vano lleva por título Persona, empresa y sociedad. Vuelvo a simplificar, pero es para no alargarme: del mismo modo que, en parte, la RSE respondía a la certeza de que no basta con trabajar los valores y la ética personal, porque las personas actúan en el marco de políticas, objetivos e incentivos empresariales que delimitan su terreno de juego; ahora se plantea mucho más directamente que no basta con querer cambiar las actuaciones de los actores dentro del sistema (RSE), sino que deben replantearse las mismas reglas de funcionamiento del sistema. Algunos de los que habían liderado el movimiento de la RSE han llegado a la conclusión de que es una vía que no genera cambios si no se vincula a cambios estructurales en el sistema dado que, en caso contrario, no es que la RSE sea un maquillaje, como se suele decir, sino que actúa bajo unas reglas de hierro que marcan una dirección contraria a su discurso. El llamado maquillaje no es más que el sometimiento explícito a estas reglas de hierro. Ya he dicho en más de una ocasión que si todos los argumentos que tenemos en favor de la ética empresarial es que es rentable, y los que tenemos a favor de la RSE se resumen en la demostración de su business case, entonces no nos hemos de escandalizar de todas las manipulaciones que se producen, porque las habremos servido en bandeja, a base de insistir en la rentabilidad de la ética empresarial y el business case de la RSE. Por eso se habla de que hay que revisar los sistemas de gobernanza corporativos, el sistema jurídico que refuerza y protege determinadas lógicas empresariales, los principios de legitimidad que sustentan determinadas prácticas y la obtención de resultados empresariales, y otras cosas parecidas. Como mínimo se trata de no otorgar a estas asunciones el estatus de verdades inmutables.
No tengo ninguna bola de cristal. Pero ahora quiero decirlo a lo bruto (y ya atizaré todo lo que haga falta, si hace falta): insisto en que me parece que se acerca una sacudida en el mundo de las escuelas de negocios, en la que deberán posicionarse y definir si, dentro del ámbito de la business education se dedican preferentemente al business o a la education. Y, entre muchas otras cuestiones, la frontera pasará también por su docilidad o su libertad para confrontar a los participantes con sus últimos valores y compromisos personales; para elaborar el proceso educativo y el modelo de empresa que propone transversalmente el grueso del profesorado; y por la disposición a pensar críticamente el sistema económico, financiero y social en el que operan y -sobre todo- que refuerzan las empresas (o determinadas prácticas empresariales).
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