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La democracia liberal representativa es ahora, más que nunca, una pseudodemocracia.

 

 La acción de gobierno que está desarrollando el partido en el poder (PP), contraria al programa político con el que esta formación concurrió a los últimos comicios, puede ser calificada como un fraude democrático. Este fraude, consistente en acceder al poder a través del engaño, ha puesto en cuestión la virtualidad de la democracia liberal representativa que hoy traemos aquí y ha hecho buena la idea de que delegar el voto es perder el voto.

Este tipo de democracia compagina bien con una ética utilitarista que busca maximizar el bien individual y con una naturaleza humana que entiende al ser humano como consumidor y no compagina también, en cambio, con una ética comunitarista que intente maximizar el bien común y con una naturaleza humana social, que entienda al ser humano como parte de una comunidad por la que adquiere su identidad.

Con estas primeras claves éticas y antropológicas en el cénit social, en el estado liberal se produce una separación entre el ámbito de la política, acaparado por la acción de gobierno de un grupo pequeño de expertos con los conocimientos científicos adecuados, y el ámbito de la sociedad civil, donde ejercerá la racionalidad práctica y en el que será soberano un individuo consumidor que ejercita una libertad moderna.

Todo el programa liberal está contenido en la caracterización de esta libertad civil que se compone del goce pacífico y la independencia privada. El lugar para ejercitarla será la sociedad civil. En este espacio social el individuo se siente independiente, soberano, mientras que en la vida pública su soberanía estará restringida por la incompetencia técnica que le invade. De esta defensa, casi exclusiva, de la libertad civil que hacen los políticos liberales se seguirá la necesidad de un gobierno representativo. La valoración de la libertad como independencia que caracteriza al individuo liberal supone que estamos hablando de un individuo cuya naturaleza no es ya esencialmente política, sino que éste encuentra su realización a través de la esfera de la intimidad, lo cuál, requerirá independencia más que participación en cuestiones públicas. Esto significa también que la organización política se entienda como un instrumento puesto en manos de los ciudadanos para la elección de unos representantes que defiendan sus vidas privadas, con el mínimo de dedicación.

La Democracia Liberal se convierte así en una cuestión tecnológica, en la fórmula buscada por una serie de individuos que demanda una forma científica de gobierno con la que poder asegurar sus libertades civiles o negativas, con el mínimo de dedicación posible a esta tarea. Esta fórmula científica de gobierno consistirá en una forma  de gobierno definida por el imperio de la ley y en la cuál, el cambio de gobierno dependerá del voto mayoritario. Profundizar en la democracia, desde esta visión de la sociedad y del gobierno, significará para el individuo moderno, frente al hombre social de las comunidades clásicas, garantizar al máximo que los gobiernos puedan ser despedidos por un voto mayoritario y no que cada vez más áreas de la vida social se sometan al control ciudadano, como demandan los últimos movimientos sociales surgidos tras la crisis financiera de 2008: el Movimiento 15M, Occupy Wall Street, la primavera árabe, la primavera de Valencia, etc.

Pero uno de los mayores engaños de esta democracia liberal  consiste en hacernos creer que hacemos lo que queremos, que vivimos la vida que queremos o que tenemos la sociedad que queremos cuando en realidad, lo que tenemos es algo que  nos han impuesto. Y es que esta forma de organización del gobierno, representado por las democracias liberales, nos permite elegir, ciertamente, pero entre una serie de opciones limitadas y que no son de nuestra autoría, porque en el ámbito político de las democracias liberales la libertad es impuesta; es decir, regulada mediante una serie de mecanismos técnicos (los sufragios programados) y por tanto, pasiva, sin influencia en las cosas importantes de la comunidad. Aquí se manifiesta la diferencia con la libertad creadora que encontramos en ese otro tipo que son las democracias participativas:

"Los votantes en las democracias liberales son, en algún sentido, libres para votar a aquello, y a aquellos que ellos elijan, pero su voto no será efectivo a menos que ellos se unan a una de esas alternativas definidas por las elites políticas."[1]

De esta manera, la democracia representativa no es una auténtica democracia sino, como dice Castoriadis[2], una pseudodemocracia en la que los representantes representan muy poco a las gentes que les eligen, como ha dejado claro en pocos meses el Partido Popular, y en la que además, la elección de representantes está trucada porque las opciones están definidas de antemano por las leyes electorales.



[1] MacIntyre, A., “Politics,Philosophy and the Common Good”, in Knight, K., The MacIntyre Reader, p. 236.

[2] Castoriadis, C., Figuras de lo pensable, México, 2002.

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