Marjorie Kelly insiste desde hace tiempo en un término que, más allá de su mayor o menor precisión, es sumamente gráfico y expresivo: las empresas extractivas, a las que contrapone las empresas generativas.
Hablar de empresas extractivas no es, desde mi punto de vista, una descripción sino una metáfora. No se refiere a las empresas de determinados sectores, sino que es una calificación que puede aplicarse a cualquier empresa, en función de cómo actúe y de cómo oriente su gestión. Desde esta perspectiva, serán extractivas todas las empresas cuya finalidad –absolutizada- de hecho sea extraer el máximo de recursos y, al fin y al cabo, de dinero de aquellos con los que se relaciona. El sector financiero, pues, en los últimos años ha sido una auténtica apoteosis de empresas extractivas, pero la metáfora no es exclusiva de ningún sector. Consiguientemente, el problema y el riesgo para el sistema y para las sociedades, no son "las empresas", "los beneficios", "los incentivos" o "los bancos", sino la mentalidad extractiva cuando se hace presente en cualquiera de ellos. Y, por supuesto, el reto de la salida de la crisis no es que ahora se hayan reducido las posibilidades extractivas y estemos explorando cuándo y cómo podemos volver a ellas. El reto es acabar con la mentalidad y las prácticas extractivas.
Con mayor o menor fortuna, Kelly contrapone a las empresas extractivas las empresas generativas. Empresas, también, con beneficios e incentivos, pero cuya finalidad se orienta a generar más vida (económica, social, relacional, productiva…). Mi opinión personal es que esta contraposición entre lo que Kelly denomina empresas extractivas y generativas conecta con una confusión muy arraigada en el mundo organizativo: la confusión entre objetivos y propósito. Muchos de los problemas que sufrimos no es por falta de objetivos o porque no sean claros e incluso razonables. El problema es la falta de transparencia y reflexión en lo que atañe al propósito, y a veces –simplemente- a la existencia de propósitos inconfesables e injustificables.
El sentido del debate sobre la RSE, que se concreta en objetivos, prácticas y metodologías, se sitúa en el debate sobre el propósito. Por eso es un debate público y tiene sentido que sea un debate público. El propósito no viene dado por el "sistema" (esto sería lisa y llanamente una coartada) sino por la decisión y la determinación que orienta la actividad empresarial. El liderazgo empresarial lo es en la medida que genera proyecto, propósito y sentido, y no simplemente porque establece objetivos. Y las empresas deben entender que deben participar con pleno derecho en el debate público que las afecta porque lo que está en juego es la legitimidad y la plausibilidad de su propósito. A veces nos perdemos en el qué, y hemos de recuperar el debate y la deliberación sobre el por qué y el para qué, cuya respuesta es lo único que genera compromiso. Y esto es lo que explica la diferencia entre diálogo y negociación: se negocian objetivos pero se dialoga sobre el propósito, porque este se sitúa en el terreno de la contribución a un proyecto compartido que afronte con credibilidad los problemas del presente. La credibilidad es el gran déficit del liderazgo actual. Y la credibilidad no la otorga la mera competencia técnica, que puede estar al servicio de propósitos muy diversos entre sí. La crítica y las dudas ante lo que han hecho determinadas empresas en los últimos años no se limitan a lo que han hecho, sino que lo que cuestionan, en último término, es el propósito que las anima.
Los tiempos que estamos viviendo son el resultado de una cierta mentalidad empresarial extractiva, que no ha afectado a todas las empresas pero que ha contaminado la percepción social de lo empresarial como tal. Hasta que no quede claro no tan sólo que queremos salir de la crisis, sino que queremos salir de ella clausurando la mentalidad extractiva y, por supuesto, condenando y castigando a los ejemplares que la han encarnado de manera más tóxica y con mayor daño social, que no pueden irse de rositas como si esto no fuera con ellos, no podremos impulsar dinámicas colectivas que movilicen en positivo. Si se trata de tomar aliento y volver a las prácticas extractivas en cuanto sea posible, me temo que el rechazo y el repudio social serán irreversibles, y la credibilidad irrecuperable. Paradójicamente, creo que es desde el propio mundo empresarial desde donde deberían surgir unos planteamientos y unos liderazgos que marquen distancia de manera clara y contundente con la mentalidad extractiva, y esta es una oportunidad que no deberían perder.
El debate hoy es un debate de propósito y de credibilidad. En caso contrario, si este debate se escamotea, la sensación dominante será que las empresas extractivas nos han llevado a la crisis, y que la única "solución" que se les ocurre a unos y a otros es que los gobiernos y las instituciones sustituyan a las empresas en su planteamiento extractivo en su relación con la ciudadanía, hasta que esto remonte. Pero difícilmente será asumible de manera sostenida en el tiempo que para reflotar al sistema haya que hundir más a la gente.
Si esto sigue así, lo único que va aumentar es el divorcio entre la ciudadanía y las elites político-económicas, hasta desembocar en fractura. Una fractura que unos anuncian, otros propician y otros desean, aunque nadie responde a la pregunta de cómo encauzarla y hacia dónde.
@JosepMLozano
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