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Bueno, es decir: acabar con la pesadez de discutir si es voluntaria o no. Es la reacción que me suscité hace unos días un encuentro que tuvo lugar en la CEOE. En dicho encuentro se plantearon cuestiones realmente interesantes sobre las que convendría profundizar. Pero volvió a aparecer la cantinela de la voluntariedad.

Vaya por delante que entiendo perfectamente la dificultad a la que se refiere. Pero considero que es una dificultad aparente resultado de, simplemente, un mal planteamiento de la cuestión. O al menos así me lo parece. Un mal planteamiento que considero que todos nos iría bien liquidar, pero esto no deja de ser un inútil deseo personal. En cualquier caso, un mal planteamiento que responde a tres errores de enfoque, que quisiera apuntar a continuación.

En primer lugar lo que yo denomino el platonismo de la RSE. Siempre me ha fascinado constatar cómo personas y entidades supuestamente pragmáticas y realistas, cuando se trata de hablar de valores, adoptan un enfoque y piensan desde un paradigma decididamente platónicos. En este caso, se sigue hablando de la RSE como si fuera una idea pura preexistente, que solo requiere debatir sobre cómo aplicarla. Por supuesto, por seguir con el símil platónico, nadie ve ni recuerda con claridad dicha idea pura, de ahí tantos debates al respecto, pero que paradójicamente tienen en común la creencia de que existe un contenido establecido de lo que es y no es la RSE, y de ahí la discusión de cómo llevarla a la concreción y por qué vías. Me pregunto si la solución consiste en seguir debatiendo o en dejar de lado este platonismo casero.

Hay diversas vías para hacerlo, y éste es el segundo punto que quería plantear. Para hacerlo más paradójico, usaré como camino de salida las palabras de quien ha sido el mayor culpable del debate sobre la voluntariedad: la Comisión Europea. No repetiré aquí la primera definición para evitar que algún lector me tire algún trasto a la cabeza, hartos como estamos todos de presentaciones que empiezan con esta definición. Simplemente recordar que la voluntariedad era la consideración conclusiva de todo lo que proponía la Comisión. Pero en la definición de 2011 el arranque era muy distinto: las empresas son responsables de sus impactos en la sociedad, y "sociedad" se desglosa en todos los stakeholders. Aquí desaparece "la" RSE, y el foco se concreta en los impactos con relación a los stakeholders. ¿Consecuencia? Que de lo que se trata es de plantearlo caso por caso, stakeholder por stakeholder e impacto por impacto. Y por consiguiente… descubrimos que ya hay mucha regulación en este ámbito porque ¿qué son si no la regulaciones laborales y ambientales? El foco, pues, ya no es regular "la" RSE o que sea voluntaria, sino, a partir del binomio stakeholder-impacto, analizar y debatir qué debe ser regulado y qué no debe serlo (y qué debe dejar de serlo). Es un tema de agenda y de grados dentro de la agenda. Los derechos humanos o el reporting son dos claros ejemplos actuales de este tipo de aproximación. Acabemos pues de discutir si "la" RSE debe ser regulada o no, y enfoquemos el debate en los temas concretos que emergen en clave de RSE, en los que habrá de deliberar en cada caso por qué es o no es pertinente un tipo de enfoque u otro. Pero entonces ya no hablaremos de regular "la" RSE o no, sino que hablaremos de relaciones laborales, impactos ambientales, derechos humanos, reporting, etc. Y para cada uno de los temas deberemos valorar y decidir si algún tipo de regulación es conveniente o es lo más contraproducente que se nos podría ocurrir.

Y esto nos lleva al tercer punto. Las políticas públicas de RSE. Ahí al platonismo cutre se le añade lo que en algunos casos parece una seria limitación mental: la identificación entre iniciativa política y regulación. Por eso hay discursos políticos y empresariales que vuelven a hablar de lo mismo, a favor o en contra, y no saben decir nada más. Sabemos que en RSE se pueden impulsar muchas políticas sin necesidad de llevar a cabo ninguna regulación, del mismo modo que sabemos que también en el ámbito regulatorio hay grados. Por eso, ni que sea por higiene, propondría que en los debates sobre política y RSE se obligara a los participantes a exponer sus propuestas con la condición que las tres primeras no hicieran referencia a la regulación, sea en el sentido que sea, y que solo bajo esta condición se les permitiera hablar… si tienen algo que decir.

El binomio regulación-voluntariedad para hablar y pensar "la" RSE es aburrido, inútil y poco estimulante. Estrecha la mente y es propio de mentes estrechas. Y, personalmente, preferiría que desapareciera del mapa. Aunque lo que debiera desaparecer del mapa es el platonismo casero y cutre en los discursos sobre la RSE.

www.josepmlozano.cat

@JosepMLozano

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