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Foro de debate sobre ética y responsabilidad social en empresas y organizaciones

Sa Tuna (una pequeña cala de la Costa Brava), tercera semana de agosto. Sobre las 10 de la mañana el mar reposa plácidamente y esparce una tenue luminosidad de escamas acuosas. Un cielo prodigiosamente azul perfila con nitidiez las casas y la arboleda. Por suerte, la playa aún está bastante vacía, y las rocas preservan un silencio ancestral que los que nos acercamos deberíamos respetar. Ante nosotros, un hombre con un ordenador abierto sobre la toalla contesta correos electrónicos, mientras una mujer yace indolentemente a su lado y un par de niñas van y vienen, mostrándoles los tesoros que ha encontrado entre los pedruscos que el agua acaricia.

No soy nadie para juzgar una situación de la que lo desconozco todo, pero me llama suficientemente la atención como para distraerme un rato y divagar de manera incierta. Tal vez alguien podría considerarlo un ejemplo de conciliación, o de flexibilidad laboral. Y aún es más fácil, sin duda, denostar o ridiculizar la situación. Pero antes de hacerlo convendría explorar si la escena que estoy viendo no es la consecuencia -extrema, de acuerdo- de un discurso que se ha consolidado hasta convertirse en normal. En resumen: el desarrollo tecnológico -y el modelo organizativo que se le superpone- han conseguido que todo lugar sea potencialmente un lugar de trabajo. Cuando se alaban aquellas oficinas en las que nadie tiene despacho porque puede ocupar cualquiera de los espacios disponibles, ignoramos que la otra cara de la moneda es que cualquier lugar se ha convertido en disponible para convertirse en un despacho. Sólo hay que recordar aquella memorable secuencia de L’exercice de l’État en la que un ministro despacha con el presidente hablando por móvil, sentado en el váter mientras hace lo que se suele hacer allí. A veces se está confundiendo "conciliar " con superponer indiscriminadamente los tiempos y las relaciones laborales y las no laborales, normalmente al servicio de las laborales, por supuesto.

Lo que nos lleva a otro de los mitos de nuestro tiempo: la multitarea. ¿Mito? Más bien engaño, diría yo. La multitarea no es multi nada, sino la sucesión descontrolada de micro dedicaciones que, al alternarse de manera desordenada en períodos de tiempo muy cortos, hacen creer a quien quiere vivir contento y engañado que hace muchas cosas a la vez. Y tal vez incluso que trabaja mucho. La multitarea no existe. Existe la acumulación, a menudo caótica y desordenada, de micro dedicaciones que lo único que hacen es entrenarnos en la dispersión y mermar nuestra capacidad de atención. Efectivamente: muchas cosas, ninguna bien hecha, y en un estado de ánimo progresivamente ocupado por la ansiedad y el desbordamiento. Una pequeña muestra, habitual: la tendencia creciente a quejarnos unos a otros diciendo "te he escrito un correo que todavía no me has contestado", como si el hecho de pulsar el botón enviando el correo comportara la obligación del nuestro interlocutor de atender prioritariamente e inmediatamente a nuestro mensaje y no otorgara virtualmente el derecho a respuesta instantánea. Hacemos más trabajo en menos tiempo, sin duda. Ahora bien, algún día deberíamos preguntarnos si lo hacemos mejor y si nos hace mejores .

Por eso deberíamos preguntarnos por el significado que damos a una expresión tan valorada como aceptada acríticamente: vivir conectados. ¿Qué significa vivir conectados? ¿A quién y en qué? Hay una especie de pretendidas conexiones que lo único que hacen es desconectarnos de nosotros mismos, de la presencia consciente en lo que estamos haciendo. Cuando éramos pequeños, si en la escuela pasaban lista y decían nuestro nombre, debíamos decir "presente". ¿Cuántas veces al día lo podríamos decir con autenticidad, si nos lo preguntaran? ¿Presentes? ¿De verdad? Estamos tan habituados a interrumpirnos los unos a los otros, aunque sea con una sonrisa, que ya hemos aprendido a hacerlo solitos y nos interrumpimos a nosotros mismos de mil y una maneras, entre las que sobresale la consulta a nuestras conexiones cuando ellas ya llevan un rato sin interrumpirnos o, simplemente, saltando de una cosa a otra a medida que nos pasa por la cabeza.

No es un problema de la tecnología, claro está. Es nuestro problema. De hábitos y costumbres (que es donde, por cierto, se juegan los valores, y no en las declaraciones de principios). Porque es en los hábitos y costumbres donde contestamos preguntas tales como ¿cómo queremos vivir ? o, ¿cómo vale la pena vivir? y no en los ensayos, los sermones o las tertulias de café.

Ni en los tuits, por supuesto, por engolados y grandilocuentes que sean.

www.josepmlozano.cat

JosepMLozano

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