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Foro de debate sobre ética y responsabilidad social en empresas y organizaciones

 

Se está hablando mucho de transparencia, especialmente en lo que se refiere al buen gobierno de las organizaciones. Y también se está hablando –quizás mucho más- de RSE. Lo que quizá no se ha considerado suficientemente es que es posible hablar de transparencia sin que esto suponga ningún interés o compromiso con la RSE; y que es posible hablar de RSE sin considerar a la transparencia uno de sus componentes. Esta doble constatación creo que nos ha de permitir esbozar la respuesta a una pregunta que a menudo se olvida cuando se realizan apologías de la transparencia: ¿transparencia para qué y para quién? Por eso me permito plantear que lo que tiene relevancia e interés es plantear la transparencia en el marco de una política de RSE.

Aunque no se suele reconocer así, muy a menudo, cuando se habla de RSE, tanto si se pretende enaltecerla como si se pretende relativizarla, se hace desde una perspectiva dualista. Una perspectiva que opone la dimensión económica de la empresa ("los resultados") a la dimensión social ("la responsabilidad"). Esta perspectiva es compatible con un gran interés por la responsabilidad social, pero como algo añadido y, a menudo, complementario de algo que por sí mismo sería la actividad empresarial propiamente dicha. Pero este dualismo tiene otra cara, en la que se suele reparar menos: en nombre de la responsabilidad social a veces las diversas partes interesadas proyectan exigencias hacia la empresa reflejan como en un espejo esos mismos planteamientos aderezadas con exigencias que desbordan su especificidad como institución económica y que ignoran algunos requisitos básicos de su funcionamiento. De ahí la importancia de la transparencia: transparencia para construir relaciones, y transparencia para que todas las partes sepan a qué atenerse y modulen y ajusten sus expectativas en el seno de dichas relaciones.

Es necesario un serio esfuerzo para pensar la RSE de manera adecuada a la realidad que estamos viviendo. Se trata de pensar la responsabilidad en términos de interdependencia. Hoy la RSE no se reduce a las consecuencias de lo que las empresas hacen, sino que se refiera a la manera como las empresas se sitúan y actúan en el seno de la red de relaciones en las que están inscritas. Redes locales, nacionales e internacionales. La RSE se refleja en los valores y criterios que orientan a las empresas en todas sus relaciones. La empresa no tiene una actuación social añadida a una actuación económica, a la que complementa. Es toda su actuación la que es susceptible de ser valorada, a la vez, en términos económicos y sociales porque las empresas, en su actuación en tanto que empresas, contribuyen de manera decisiva a la configuración de la sociedad.

Pero esto supone que debemos superar una división del trabajo implícita, según la cual cada institución (empresa, gobierno, ong, tercer sector…) tenía en exclusiva un tipo de responsabilidades y se podía permitir ignorar al resto, desde la pretendida superioridad moral de su especialidad institucional. Sin embargo, hoy la realidad nos dice que las responsabilidades son compartidas; que no debemos reducirnos a hablar únicamente de mis responsabilidades y que debemos aprender a hablar de nuestras responsabilidades. Hoy la ética de la responsabilidad sólo puede ser una ética de la co-responsabilidad. De ahí, por ejemplo, que cada día descubramos nuevas formas de colaboración entre organizaciones e instituciones que hasta hace pocos años sólo sabían verse mutuamente como adversarias, rivales, competidoras o, simplemente, como obstáculos. Pero, paradójicamente, a menudo se olvida que la co-responsabilidad no se sostiene sin confianza y, consiguientemente, sin transparencia.

Por eso tiene tanto sentido que hablemos de la RSE en términos de innovación social. Porque una ética de la co-responsabilidad nos pide un alto grado de innovación social. Nos pide nuevas formas de compromiso, nuevas formas de aprendizaje organizativo, nuevas formas de interrelación social, nuevas capacidades para crear y compartir objetivos y valores. Se trata de hablar no tan sólo de las consecuencias de lo que hacemos, sino de lo que queremos hacer y de lo queremos contribuir a construir. Y este es un lenguaje que también deben interiorizar y aprender las empresas. Porque la innovación empresarial que se requiere hoy no se refiere tan sólo a tecnologías, productos, servicios o procesos. También debemos aprender a innovar en términos institucionales, y en lo que se refiere a valores y actitudes.

En la nueva sociedad emergente la legitimidad pasa por la capacidad institucional para dialogar con los actores y los grupos sociales con los que cada organización se relaciona. Y es ahí donde la transparencia practicada y asumida ocupa un lugar fundamental: transparencia para el diálogo en un proceso de construcción de relaciones. Y, consiguientemente, algo que a veces se olvida: transparencia como aprendizaje para la construcción de relaciones, desde el supuesto de que, para construir relaciones, la transparencia se requiere de todas las partes, no sólo de una de ellas. Es desde esta perspectiva que las empresas deberían considerar el desarrollo de prácticas de transparencia como una oportunidad de liderazgo no sólo con relación a otras empresas, sino también con relación a otros actores sociales, cuyos fines son muy loables pero en los que no siempre la transparencia forma parte de su cultura organizativa. En este sentido, el compromiso con la transparencia también forma parte de la contribución de las empresas a la construcción de una sociedad responsable. Porque todos los actores implicados deben aprender a relacionarse desde esta perspectiva, no sólo las empresas.

De ahí que considere que, para tener sentido y no reducirse a una estrategia postmoderna de relaciones públicas, el discurso sobre la transparencia en el mundo empresarial no debe ser una forma de exhibicionismo, sino que debe situarse en el marco de un proyecto de construcción de relaciones sociales.


www.josepmlozano.cat

JosepMLozano

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