Me gusta el regeneracionismo y creo que si algo bueno tienen las crisis es que nos muestran amplificados los errores y ello facilita la búsqueda de soluciones. Es como poder ver con un potente microscópio el virus que nos carcome, para así atacarlo mejor. No me cabe ninguna duda de que esta crisis es, sobre todo, una crisis de valores y en ese sentido creo que todos tenemos alguna responsabilidad. Todos. No solo los políticos, la banca o ese icono abstracto, indefinido y polivalente llamado “Sistema”.
En lo que a mi concierne, confieso que no entiendo mucho de macroeconomía. Me desbordan los análisis, los porcentajes y las cifras tan mutables que a diario saturan los medios de comunicación (muy a menudo politizados e intoxicados). Sin embargo, me resulta más comprensible la microeconomía (especialmente en su versión más doméstica) y desde ese nivel que si puedo controlar estoy bastante convencido de que ésta crisis la alimentamos entre todos.
Me explicaré: No fue un sistema tipo "Spektra" (la organización malvada de las viejas películas de James Bond) el que nos obligo a vivir muy por encima de nuestras posibilidades, ni a derrochar hasta atiborrarnos. Fuimos nosotros solitos, sin que nadie nos obligara a ello, los que decidimos comprar el Todo Terreno, el adosado, las vacaciones en las Seychelles o el nuevo modelo de “Appel” con un triste salario de 1000€ (ya habra ocasión para discutir si ese salario es razonable o justo). Lo cierto es que ahora nos están despertando de ese sueño consumista y suicida a golpes secos de recortes, ERES e impuestos.
Es cierto también que la crisis o lo que esto pueda ser (Vicente Molina en un estupendo ensayo la califica de “Tercera Guerra Mundial”) va a facilitar la adopción de medidas que probablemente no sean aceptables, ni acaso justas o necesarias; pero “a río revuelto, ganancia de pescadores”.
Sin embargo, no quiero desviarme de la principal idea de este artículo que es, precisamente, nuestra responsabilidad individual en el devenir de los acontecimientos. Creo que como ciudadanos tenemos una doble responsabilidad para regenerar el panorama, hoy por hoy desalentador pero en absoluto irreversible. ¿En que consiste esa doble responsabilidad?
Creo que esa percepción es nefasta para la democracia y sus instituciones pues a pesar de que la mayoría de sus representantes sean honestos y profesionales, una creciente parte de la ciudadanía empieza a asentar la idea de que no merece la pena seguir las reglas de un juego que (mal)interpretan amañado. Esa percepción creo que lleva inexorablemente a dejar de pagar impuestos y a defraudar nuestras leyes con artimañas propias de “Rinconete y Cortadillo” ¿Quién no conoce varios casos en su entorno más inmediato de disfrute indebido de bajas por enfermedad o del seguro de desempleo, de economía sumergida, de falsas denuncias por robo a aseguradoras para cobrar la indemnización, de compraventa de inmuebles “en negro”, de facturas sin IVA? Una verdadera ética cívica no puede tolerar ninguna de esas prácticas, por muchas razones que quieran darse (siempre, por supuesto, culpabilizando a la deeneración del "sistema")
Y no me preocupa tanto el hecho de que esas malas prácticas o delitos existan (siempre han existido y dudo mucho que alguna vez se erradiquen) cuanto que sean realizadas con la convicción moral de que se está haciendo lo correcto (“quien roba a un ladrón, tiene cien años de perdón”). Eso es lo grave. Esa perversión que transmuta el vicio en virtud, supone que nuestra ética cívica -que debería ser el motor que regenerase nuestras instituciones- no solo no las fuerce al cambio (usando las numerosas vías que el derecho concede) sino que más bien se envilezca asimilando los vicios que algunos –y solo algunos- de sus representantes exhiben.
No somos niños sino ciudadanos responsables y creo que, precisamente por ello y especialmente ahora, deberíamos evitar la “tentación de la inocencia”, excelentemente explicada por Pascal Bruckner en su conocido ensayo. El niño (cuya responsabilidad esta en proceso inicial de forja) todo lo desea y lo quiere todo, y para lograrlo recurre al “victimismo” y al “me lo merezco”, pues a menudo comprueba que sus exigencias conllevan la concesión automática de derechos que–como niño que es – cree inagotables pero que nosotros como adultos sabemos que provienen de un mundo con recursos finitos. También el niño cree que la vida es eterna (“la infancia es el reino donde nadie muere”, escribió la poetisa Edna St Vincent Millay) y sin embargo nosotros sabemos, aunque nos pese, que somos contingentes…
Quiero terminar con una aclaración. No ignoro que lo que he escrito puede ser cuestionado con fundamento desde muchos ángulos y es evidente que un articulo de esta extensión siempre pecara de generalista, con la injusticia que algunos de sus postulados puedan suponer para miles de ciudadanos que padecen la crisis sin ser responsables de ella. He querido únicamente poner el acento en una idea que -a costa de criticar a nuestras instituciones- muy a menudo olvidamos: nuestra responsabilidad individual para dirigir nuestras vidas… al menos parcialmente.
Maquiavelo en su tan citado como incomprendido “El Principe” afirma que el gobernante ideal debía estar dotado de “virtud” (en el sentido de “capacidad” o “preparación”) y de “fortuna” (en el sentido de “suerte” o “estrella”). No se le escapaba a Maquiavelo que en muchas ocasiones la vida nos coloca en tesituras que no hemos ni forjado ni merecido. Sin embargo, intuía que incluso ante la peor fortuna somos dueños de “la mitad de nuestra vida”. Nada esta escrito. La “virtud” ensalzada por Maquiavelo era aquella que sabia domeñar a la caprichosa “fortuna” y esa mitad de responsabilidad que nos corresponde solo puede ser regenerada por nosotros mismos. Por eso es importante la ética para esta necesaria regeneración; pues nos ayuda a construir nuestro "caracter" o, en palabras de los clásicos, nuestra "segunda naturaleza" (por contraposición a lo que nos viene dado genéticamente que es el "temperamento")
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