Aunque nunca habló de ella, por supuesto, Leibniz está más presente de lo que parece en el marco mental de la RSE. Y convendría, en primer lugar, detectar más explícitamente su presencia y, en segundo lugar, empezar a ofrecerle alguna puerta de salida.
Recordemos una de las aportaciones señeras del pensamiento de Leibniz. El universo está compuesto de infinidad de mónadas que parece que interactúan, pero cada una de ellas sigue su propia dinámica. Lo que resuelve también el inacabable problema de la relación entre alma y cuerpo: parece que intereactúan, pero solo lo parece. Lo que ocurre es que Dios, en su infinita sabiduría, ha dispuesto de una armonía preestablecida que permite que, aunque cada mónada va a su aire (por decirlo coloquialmente) al final parece que todo encaja y está entrelazado.
Pues esta es justamente una de las asunciones nunca explicitadas en el discurso desde y/o sobre la RSE: la armonía preestablecida (no en vano se habla del alma de algunas empresas, por cierto). La retórica pro RSE siempre ha sugerido –cuando no lo ha dicho explícitamente- que si se asumía su enfoque el resultado, aunque fuera a largo plazo, sería la armonía; llámesele multistakeholder, sostenibilidad, empresa-y-sociedad , shared value o como más le guste al proponente.
Esto es lo que, a mi modo de ver, explica que la RSE nunca haya pensado ni planteado la realidad del conflicto. Me temo que el conflicto es un tabú de la RSE porque parece dar por supuesta la creencia de que, si la RSE se desarrolla plenamente, los conflictos se desvanecerán. Como por definición se trata de tener en cuenta a todos los stakeholders, se da por supuesto que si esto se hace bien, al final todos contentos. No quisiera estar yo en la piel de aquellos directivos que, como nuevos Sísifos, deben empujar eternamente montaña arriba el diálogo con todos los grupos de interés.
Es exactamente al contrario: el conflicto se presenta como la propedéutica o la partera de la RSE. Antes de la RSE, hay muchos riesgos de conflicto: con la sociedad, la comunidad local, en los medios de comunicación, con las ONG, con las administraciones… De ahí se deduce y se argumenta la necesidad de la RSE. Por eso a menudo se acaba argumentando que asumir a fondo y de verdad (no solo cosméticamente) la RSE nos llevaría a una especie de arcadia feliz donde los riesgos y el conflicto desaparecen (algo distinto a decir que se afrontan desde otra perspectiva).
Reconocer el peso del mito de la armonía preestablecida creo que ayudaría a entender porque ni los sindicatos ni la relaciones laborales han tenido un buen acomodo en la RSE. (Por cierto, no es ni de largo la única explicación posible, pero forma parte de ella). Porque en este ámbito se da por supuesto que el conflicto es algo inherente a las relaciones sociales y –por tanto- también a las empresariales. Seguirá habiendo conflicto porque estamos hablando de relaciones en las que los diversos actores tienen intereses, prioridades, criterios y objetivos diferentes. Si algo nos sorprendió en el estudio que hicimos sobre como se aproximan a la RSE los diversos actores en España fue constatar que todos ellos afirmaban convencidamente que la RSE era una prioridad y algo importantísimo por lo que valía la pena trabajar… pero lo afirmaban por razones y objetivos muy distintos y a veces incompatibles entre sí: todos compartían el acuerdo sobre la importancia de la RSE a condición de que no se les preguntara por qué era tan importante para ellos. Por supuesto, la RSE tomada en serio facilita un marco de referencia y un lenguaje que hace que los conflictos, las diferencias y los intereses se puedan plantear de manera diferente. Pero la armonía nunca debería ser considerado como algo que forma parte de manera preestablecida del ideal de la RSE. Pensar bien la RSE debiera incluir la capacidad y los recursos para pensar bien el conflicto como algo intrínseco al desarrollo de la RSE, y no presentar a la RSE como el eventual disolvente de los conflictos.
La creencia preestablecida en la armonía es probablemente lo que explica también que tanta gente –incluso miembros del club de la RSE- consideren que en tiempos duros hay que aparcar a la RSE porque no está el horno para bollos. Si no son buenos tiempos para la lírica, tampoco lo son para la RSE. La RSE sería pues un valor blandengue, no apto para tiempos duros. Nadie (o casi nadie), incluso los que repiten que la RSE es gestión del negocio "core", ha pensado en un enfoque en clave de RSE válido para cuando las cosas van mal o se ponen muy difíciles. Y si alguien pretende hacerlo, lo más probable es que le digan que eso no es RSE, o que utiliza a la RSE al servicio de aviesas y perversas intenciones. Todo a causa de la creencia en la RSE como armonía preestablecida. La RSE muy a menudo parece un discurso apropiado para cuando todo va bien, y por eso solo se vincula a palabras que –supuestamente- connotan positivamente: cambio, innovación, futuro, ventajas competitivas, sostenibilidad, transformación…
Sinceramente: para fantasías falaces sobre/desde la armonía preestablecida yo creo que ya bastaba con la mano invisible.
@JosepMLozano
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