Cada día una dosis mayor. Lo que en un principio era suficiente y me permitía llegar a ese punto, hoy ya no lo es. Maldigo el día que todo empezó, pero era perfecto. Cualquier situación al alcance de tus manos, cerrabas los ojos y ya está. Sin embargo cada vez necesitas más para vivir lo mismo. Entré en la espiral y cuando estás ahí pierdes de perspectiva a los demás. Eres tú y tu necesidad. Es lo que tienen las adicciones.
foto: Sasha Asensio
El acumulador es así, un adicto al dinero. Como todos sabemos el primer vaso de agua en el desierto es mejor que el oro, representa la diferencia entre la vida o la muerte. El décimo me sobra y muchos más pueden ahogarme. Hasta los economistas sabemos que cada unidad que se añade tiene un valor menor que la anterior cuando se ha sobrepasado la dosis necesaria, el valor marginal. Acumular te enferma y como los yonkis no lo aceptas. Estás convencido de que lo controlas, mientras... destrozas la vida a tu alrededor.
Los grandes desequilibrios, unos pocos con tantas riquezas y muchos con tan poca, son cada vez mayores. El sistema está enfermo, vive y alimenta la adicción de las personas. El que ha conseguido una renta elevada necesita más, pues la dosis se le ha quedado corta. Su posición preeminente le permite seguir abriendo la brecha de la desigualdad y las normas del juego le aplauden el egoísmo y la codicia.
¿Cómo parar ésto entonces? Quizá lo primero sea reconocer la realidad pues tener una flota de catorce coches no sólo no te aporta felicidad sino que es estúpido. El acumulador pierde el pulso de la vida y confunde cantidad con felicidad y lo peor es que otros que no tienen miran a través del mismo cristal.
Todo esto tiene un inicio, un comienzo. La propiedad privada es la mayor responsable de la adicción. El riesgo de no tener cuando lo necesite, la posible negación al uso si no dispones de la propiedad es la razón última que justifica al que acumula. Has de tener una casa en el pueblo para utilizarla 15 días, un taladro para tres horas de uso en toda tu vida, tierras incultas y pisos vacíos como acumulación de valor. Se considera que pagar un alquiler es tirar el dinero y se argumenta desde el esfuerzo de pago frente a una hipoteca pero ¿Quién opone la hipoteca a una inversión en una empresa o en oro? ¿Por qué se mezcla una decisión de gasto con una de inversión?
La propiedad privada se ha infiltrado en nuestras vidas como una necesidad, irreal pues lo que nosotras necesitamos no es la propiedad sino el uso. Sólo aquello que se consume requiere la propiedad del mismo antes de su consumo, una propiedad efímera. Cuando se afianza este concepto, propiedad privada, luchamos por ella y damos 40 años de vida trabajando para ser propietarios de una vivienda. Es aun peor, cuando uno tiene un excedente y no duda que donde mejor va a estar es acopiando más propiedad. Entramos en la acumulación, comienza el periodo de expansión del virus y la enfermedad. Cada vez un euro me vale menos y quiero más para mantener mis niveles de satisfacción. Ya es un adicto y arrasará con lo que cualquier otro pueda tener si con ello consigue traer más y más para chutárselo en vena.
foto: Sasha Asensio
Pero el problema de la adicción no se limita a esta persona, sino que genera un gran daño a terceros en su proceso de acumulación. Pueblos vacíos, de casas vacías, despoblación y a la vez ausencia de vivienda disponible para recibir a nuevos habitantes. Tierras incultas y personas sin tierra que cultivar. Pisos vacíos y familias en la calle, consumos superfluos y derrochadores que dejan a personas sin comer, sin educación, sin sanidad,…
En el mundo rural, tantas veces denostado, hace ya siglos que el procomún fue la opción elegida como la mejor solución para todos y a la vez para la comunidad. El pueblo tenía un lavadero, un horno, una bodega,… no tiene sentido tener un horno por casa y lo sabían. La comunidad es la que tiene la propiedad y los vecinos el uso. Las tierras comunales, la madera de unos montes que proveían para todo el invierno a todo el pueblo y así sucedía con todo aquello que nunca tendría sentido que cada persona tuviera en propiedad. No tiene sentido porque su uso individual jamás permitirá amortizar la inversión realizada. Es más rentable, individual y colectivamente, rotar el trabajo en el horno del pueblo haciendo pan para todos que invertir en un horno por vivienda y tener que hacer pan siempre.
Una vez la propiedad privada se instala en nuestras vidas, la acumulación es el siguiente paso que dan todos los que pueden, pues somos menos las que no queremos.
La realidad nos muestra que los que pueden cada vez son menos y cada vez necesitan más pues las dosis de ayer ya no les satisfacen.
Raúl Contreras
NITTÚA
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