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La Responsabilidad de la Universidad I: Desmontar falacias sobre la Universidad

La Universidad es la segunda institución con una vida continuada más larga después de la iglesia católica. Desde 1088 que se fundó la Universidad de Bolonia hasta hoy ha sufrido muchos ataques y muchas transformaciones. Quizá la transformación más relevante hasta hoy en día fue la llevada a cabo por Humboldt en 1810 y que supuso la incorporación de la investigación como elemento esencial de la actividad universitaria.

Como reconoce Stefan Collini en su reciente libro “What´s the University for?”, hoy en día la universidad es una institución de gran protagonismo y valoración social, pero a la vez está siendo criticada y cuestionada en todo el mundo como nunca. En nuestro país, esta crítica en muchas ocasiones es destructiva, injusta, y de graves consecuencias. La reforma propuesta recientemente por el (peor) ministro Wert va camino de cambiar mucho las cosas en todos los niveles: formación, investigación, gestión y gobierno, y transferencia de tecnología. Pero, a mi juicio, lo más grave no son las leyes que dictan (otros vendrán, que las cambiarán) sino los discursos legitimadores que las acompañan. Estos calan en la conciencia colectiva y transmiten una idea (falsa) de qué hace y cómo lo hace la Universidad y que perdurará durante décadas.

En este pequeño texto quería llamar la atención sobre esos discursos y desmontar algunas falacias sobre la universidad. Historias, mitos, leyendas, tópicos o simplemente mentiras que se extienden, que todo el mundo repite, pero que son palmariamente falsas o cuando menos muy parciales y de un reduccionismo simplista. El tópico que ahora quiero analizar es: “La universidad está de espaldas a la sociedad, vive en su torre de marfil y no se entera de lo que pasa en la calle” (más o menos).

No es cierto que la universidad esté alejada de la sociedad y alejada de sus problemas. Junto con la escuela es la institución en que más intensamente conviven diferentes sectores y clases sociales. Es frecuente que en un aula convivan estudiantes hijos de familias acomodadas con hijos de familias de ingresos bajos. También es frecuente que entre sus trabajadores haya personas que provienen de la élite económica y cultural de la sociedad (hijos de catedráticos) con personas de origen humilde cuyos padres apenas saben escribir (hijos de pastores). Por lo tanto la diversidad económica, cultural y social, y los problemas sociales están ya de hecho en la Universidad. Y lo mismo puede decirse de la pluralidad religiosa, territorial, política o de estilos de vida. En la universidad pública, al menos hasta hoy, se da una pluralidad y diversidad que es difícil encontrar en otros espacios. La universidad es un gran reflejo de la diversidad y pluralidad social. Y esto es algo muy positivo.

Pero vamos ahora a la parte pragmática, que tanto gusta a algunos críticos. Si la universidad está tan alejada de la empresa, como les gusta repetir a muchas personas (normalmente, malos estudiantes), por qué las empresas buscan a sus mejores trabajadores entre los mejores estudiantes. Y por qué tantas empresas, bufetes de abogados, partidos políticos, e instituciones (públicas y privadas) tienen entre sus colaboradores, asesores, o consultores a eminentes catedráticos y profesores de universidad.

Y si pasamos a nivel macro, díganme Uds. de dónde han salido la mayoría de las ideas, teorías, proyectos y productos que están cambiando nuestra sociedad. Y finalmente, díganme en qué institución social hay más diálogo, reflexión y discusión sobre los asuntos sociales que nos importan. Sin lugar a dudas no es suficiente, y hay universidades que están realizando mejor su misión social que otras, pero acusar a la Universidad de ceguera, cerrazón o aislamiento es injusto, y además mentira.

Sin lugar a dudas, deberíamos hacer más. Y habría que empezar por ser más combativos en defensa del conocimiento, el rigor y la libertad intelectual. No dejarnos instrumentalizar por el poder político o por el económico. En segundo lugar deberíamos esforzarnos por hacer mejor nuestro trabajo. No conformarnos con la “ética burocrática” que ya denunció A. Cortina hace años, y comprometernos con la excelencia docente, investigadora, de gestión y compromiso social. Y en tercer lugar, y porque tengo que ir acabando, esforzarnos en formar en el espíritu crítico y en el compromiso cívico de nuestros estudiantes (y de nosotros mismos) de forma que sean actores relevantes en la construcción de una sociedad más justa y no simplemente de “recursos humanos altamente cualificados”. 

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