Maquiavelo fue un agudo observador de su tiempo y por encima de las críticas que puedan hacerse a su pensamiento político, fue capaz de describir con acierto la terrible naturaleza humana: “...Se puede decir de los hombres lo siguiente: son ingratos, volubles, simulan lo que no son y disimulan lo que son, huyen del peligro, están ávidos de ganancia; y mientras les haces favores son todos tuyos, te ofrecen la sangre, los bienes, la vida y los hijos cuando la necesidad está lejos; pero cuando ésta se te viene encima vuelven la cara. Los hombres olvidan con mayor rapidez la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio. La naturaleza de los hombres es contraer obligaciones entre sí tanto por los favores que se hacen como por los que se reciben...”
Precisamente, la mayor aportación de Maquiavelo a la historia del pensamiento fue, probablemente, su capacidad para identificar toda esa parte negativa, ese lado oscuro del hombre y reconocer en ello una parte inherente a la realidad, que afectaba a la política, al ordenamiento de una sociedad y a los propios gobernantes. A Maquiavelo le preocupaba ante todo la obtención y la conservación del poder y para ello argumenta que el hombre de estado debe poner a disposición de la consecución de dicho objetivo, todos sus talentos y capacidades… incluidos los que le proporciona su lado oscuro, como aquellos que estarían basados en el uso de la astucia, el engaño o la fuerza. Así, no duda en castigar la traición de la forma más dura “el que quiere ser tirano y no mata a Bruto y el que quiere establecer un Estado libre y no mata a los hijos de Bruto, sólo por breve tiempo conservará su obra”; en recurrir al uso de la hipocresía, “un príncipe jamás predica otra cosa que concordia y buena fe… y es enemigo acérrimo de ambas, ya que, si las hubiese observado, habría perdido más de una vez la fama y las tierras”, "... yo no digo nunca lo que creo, ni creo nunca lo que digo, y si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras, que es difícil reconocerla”; o simplemente dejar a un lado la moral y valerse de cualquier método si con ello se conserva el orden establecido y el poder: "...haga, pues, el príncipe lo necesario para vencer y mantener el estado, y los medios que utilice siempre serán considerados honrados y serán alabados por todos..."
En el fondo y por más que todo ello pueda repugnar o ser contrario a los valores esenciales, no deja de tener razón Maquiavelo cuando afirma que lo práctico para mantener el poder puede llegar a ser el asesinato, la guerra, el uso de la fuerza, la astucia o el engaño. La realidad, la triste realidad, nos enseña que, en efecto, así ha venido siendo a lo largo de la historia, e incluso, casi 500 años después de que el florentino dejara todo ello plasmado en “El Príncipe”, todavía continúa siendo así en muchos lugares del planeta… y en muchos otros se maquilla bajo el término oscuro y ambiguo de “razón de estado”. Maquiavelo describió al hombre y a la política tal y como eran, tal y como son, no cómo deberían ser.
Por descontado, ello implica separar la moral, la ética e incluso la religión de la política. Al margen de la trascendental discusión sobre principios y valores que ello implica, la realidad es que normalmente sucede de esa manera y eso es lo que supo ver, en toda su crudeza, el humanista florentino. En su contexto histórico, dio las pautas para que el gobernante transitara de forma práctica por el camino fácil, por el más eficaz en aquellos momentos, sin contemplar cualesquiera otros principios éticos o morales… lo que no implica que Maquiavelo no los tuviera, ya que en todo caso era perfectamente consciente de la diferencia entre el bien y el mal. “Simplemente” y en favor de esa eficacia a la hora de gobernar un estado, se limita a dejar la moral a un lado, separándola de la política: "...El príncipe no debe preocuparse de incurrir en la infamia de aquellos vicios sin los cuales difícilmente podría salvar el estado"… "Es mejor que el Príncipe sea considerado mezquino, ya que la avaricia es uno de los vicios que sostendrán su régimen”… "La crueldad esta bien usada cuando se la emplea una sola vez por la necesidad de afianzar el poder y después no se repite..."
Por ello, desde el realismo o desde esa “realpolitik” y en su sentido más pragmático e inmediato, resulta difícil criticar el pensamiento político de Maquiavelo, al que cabe atribuirle un innegable sentido práctico y una razonable eficacia, especialmente trasladado al contexto histórico de la Italia y la Europa renacentistas. Pero paralelamente, si profundizamos en esas implicaciones éticas y morales, tampoco resulta difícil inferir que una sociedad que acepta que sus gobernantes y sus líderes puedan recurrir a lo inmoral o a los antivalores para llegar al poder o para conservarlo, es una sociedad en la que esa misma inmoralidad y esos mismos antivalores terminarán permeando al resto de la población en su conjunto, lo que a su vez trastoca los principios inspiradores, no ya únicamente del llamado “juego político”, sino de los propios valores y del código moral de dicha sociedad, que de esta forma acaba perdiendo las referencias que en su día la inspiraron y la hicieron posible.
En ese escenario las personas –y por extensión las empresas y las instituciones- acaban haciendo uso de esa misma practicidad a la hora de conseguir sus propias metas, de forma que incorporan en su sistema de valores morales el concepto de que “el fin justifica los medios”, que simplificando es como a la postre se ha venido a resumir el pensamiento de Maquiavelo. Es más; el propio poder –y por tanto el dinero, que es el camino por excelencia para obtenerlo en nuestras sociedades economicistas y materialistas- termina convirtiéndose así en un fin en si mismo, olvidando incluso que para Maquiavelo el fin no era únicamente la obtención o la conservación del poder, sino el orden social y la prosperidad.
En una sociedad referenciada con un sólido código ético, cabe la posibilidad de que quien se lo salte adquiera una cierta ventaja competitiva sobre los demás. Pero en una sociedad en donde la mayor parte de la población no observa ese código ético, la ventaja competitiva desaparece, puesto que la mayoría goza de esa misma posibilidad y por lo tanto ya no es tal. En esas condiciones, lo único que cabe esperar es una escalada generalizada de la vileza y de las peores pasiones, como el único medio para alcanzar el poder, o simplemente para destacar sobre los demás, social o económicamente, algo que forma parte de las inclinaciones naturales del ser humano y que por lo tanto es inevitable que ocurra. Llegados a este punto, el modelo social comienza a colapsarse, puesto que no es posible –por definición- que sobreviva una sociedad allí donde no existen unos mínimos valores sociales: orden, unidad, sentido del deber, educación, cultura, compromiso, respeto, lealtad o patriotismo, entre otros.
Este es, precisamente, el punto en el que se encuentra la sociedad occidental: el principio de su colapso, a consecuencia de un envilecimiento generalizado. Si queremos evitar que ello ocurra y construir un mundo mejor y más justo, tendremos que empezar por reconocer, aceptar e identificar nuestras peores pasiones, las cuáles -nos guste o no- van a estar presentes en nuestras vidas, o en el mejor de los casos, en las de quienes nos rodean. Junto a ellas, cohabita en nosotros, con mayor o menor intensidad, esa necesidad de reconocimiento social, de que nos admiren, de alcanzar metas y cimas que nos hagan sentir realizados y a la vez, que nos confieran un cierto poder o ascendente sobre los demás y que también contribuya a garantizar, de alguna manera, nuestra supervivencia. Ese espíritu de competitividad, presente también en la naturaleza y que sin duda forma parte de la vida, si es debidamente canalizado y esta adecuadamente inspirado y referenciado no tiene por que ser algo destructivo o negativo. Al contrario, puede ser motor de superación y progreso, no ya sólo hablando en términos globales, como especie o como sociedad, sino a nivel personal y en el ámbito de lo individual e incluso en lo espiritual.
De la misma manera, también debemos asumir que la ecuanimidad, la observancia de códigos de honor, vivir en valores, tener principios éticos y morales y seguir el principio universal del amor al prójimo, implica normalmente, casi inevitablemente y en lo que a nuestra actual sociedad se refiere, un camino mucho más difícil y una clara desventaja competitiva. Una situación de la que otros seres humanos, en la plenitud del uso de su parte más oscura, se aprovecharán y utilizarán en su favor, en detrimento nuestro. Al menos ese será el escenario más habitual y cercano a la realidad, hasta que seamos capaces de conseguir que la mayoría de las personas estén igualmente inspiradas por esos principios.
Por ello, si nuestra sociedad fuera capaz de invertir el modelo, es decir que la ventaja competitiva fuera la parte más bondadosa del ser humano, los valores, los principios éticos y morales y no lo contrario, habríamos dado un gran paso evolutivo, precisamente porque en ese caso la postura práctica que hubiera defendido Maquiavelo habría sido con toda probabilidad la contraria. Si para obtener y conservar el poder se hiciera necesario poseer una serie de valores éticos y morales, una cierta excelencia, porque así lo exigiera la sociedad en su conjunto, incluso en base a leyes que así lo determinaran, Maquiavelo habría propuesto una línea diferente de actuación, cuyo fin sería el mismo… pero los medios para conseguirlo serían distintos. De esta manera, lo que se produciría sería una escalada generalizada de lo bueno, de aquello que nos hace mejores, de nuestra generosidad, de los aspectos más positivos del ser humano. Y lógicamente, el liderazgo social estaría en manos de aquellas personas que destacaran sobre las demás en estos aspectos... y no en lo antagónico.
Son, por lo tanto, esos parámetros, esa unidad de medida, los que debemos modificar y los que deberían calar en nuestra sociedad si verdaderamente queremos un mundo mejor. Ello es posible, tal y como puede observarse, ya que desde un punto de vista histórico los conceptos morales y los principios inspiradores del modelo social han ido evolucionando y lo que antes era aceptado sin demasiados reparos, como por ejemplo la esclavitud, la tiranía, el asesinato o la guerra, hoy es manifiestamente rechazado, al menos de una manera formal e incluso legal, por más que en ocasiones se siga llevando a cabo de una forma mucho más sutil. En todo caso, ello indica que el ser humano camina hacia delante, por más que por cada dos pasos en la buena dirección, demos uno en la contraria.
Si para Maquiavelo moral y política fueron términos antagónicos que fue necesario disociar, el ser humano debería ser capaz de construir su futuro sobre la base de que no sólo deben ir estrechamente unidos, sino que la política, la economía y toda la ordenación de un estado, no pueden ser concebida si no es bajo una sólida perspectiva ética, que es la debe inspirar la moral de esa sociedad, la propia finalidad de la política y los medios que se utilizan para alcanzar unos y otros objetivos. Algo que ya supo ver Tomás Moro, coetáneo de Maquiavelo que, desde una posición opuesta, escribía por aquellos mismos años “El hombre no puede ser separado de Dios, ni la política de la moral”, o con igual rotundidad y mayor detalle “En efecto, vivir uno entre placeres y comodidades, mientras los demás sufren y se lamentan a su alrededor no es ser gerente de un reino, sino guardián de una cárcel. ¿No será siempre inepto un médico que no sabe curar una enfermedad sino a costa de otra? Lo mismo se ha de pensar de un rey que no sabe gobernar a sus súbditos sino privándolos de su libertad. Reconozcamos que un hombre así no vale para gobernar a gente libre. ¿No tendrá que hacer primero corregir su soberbia y su ignorancia? Con esos defectos no hace sino granjearse el odio y el desprecio del pueblo. Viva honestamente de lo suyo, equilibre sus gastos y sus entradas: así podrá corregir cualquier desorden. Corte de raíz los males, mejor que dejarlos crecer para después castigarlos. Que no restablezca las leyes en desuso ahogadas por la costumbre, sobre todo, las que abandonadas desde hace mucho tiempo, nunca fueron echadas en falta. Y nunca, por este tipo de faltas, pida nada que un juez justo no pediría de un particular por considerarlo cosa vil e injusta”.
Con todo, nadie puede negar la importancia y el sentido práctico del pensamiento político de Maquiavelo, aunque sólo sea por la capacidad que tuvo para observar la realidad de lo que acontecía en el juego político y cuáles eran y siguen siendo, algunas de las pasiones que subyacen en el corazón de los hombres. Siempre habrá quien desee el poder; incluso siempre habrá necesidad de que alguien lo alcance y deba conservarlo, como forma de ordenar y dirigir cualquier asociación de seres humanos, ya que el liderazgo es imprescindible en cualquier ámbito de la vida. Lo que si podemos modificar son los patrones que permiten alcanzar ese poder, haciendo que quienes aspiran a él deban, de entrada, desterrar de su comportamiento toda actuación que no este debidamente referenciada en esos valores esenciales e inspirada en esos dos principios universales: la inteligencia y el amor, que a partir de ese momento serían los únicos medios posibles para alcanzar cualquier meta social, política o económica de relevancia.
Desde esa perspectiva si podríamos decir abiertamente que “El fin justifica los medios”… siempre que los medios también sean parte de nuestra virtud y un fin deseable en sí mismos.
Alberto de Zunzunegui
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