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Foro de debate sobre ética y responsabilidad social en empresas y organizaciones

Muchos de nosotros crecimos en unos hogares donde la gestión de la economía familiar estaba claramente distribuida entre ingresos y gastos. Los ingresos correspondían al hombre, nuestros padres. Ellos trabajaron fuera de casa, se encomendaron a la tarea de traer un sueldo. Su encomiable acción, que la mayoría ejercieron con empeño y tesón, aportaba los únicos ingresos que entraban en la mayoría de las familias. Unos ingresos, que se fijaban sin que nuestros padres tuvieran apenas capacidad de afección sobre la cuantía. Salvando a los más emprendedores, el resto se afanaban en ir escalando posiciones en la empresa y así poder mejorar sus ingresos, sin representar ésta, en la mayoría de los casos, una variación sustancial.

Los costes y su gestión correspondían a nuestras madres. A ellas correspondía la magia de llenar los platos de comida todos los días, de tener un suéter limpio en el cajón cuando hace frío y una libreta donde hacer los deberes para crecer en conocimiento. Esta labor la realizaban nuestras madres con cualquiera que fueran los ingresos de la casa. Ellas han sido la flexibilidad, el encaje, la creatividad y el sacrificio para responder a las necesidades de los suyos con los ingresos que habían. Bocadillos con muchas patatas y huevos en unos hogares, eso sí exquisitos, y con pescado y carne en otros, pero siempre con algo que llevarse a la boca. Su gestión de los costes siempre aportó el equilibrio y la salud a la economía familiar.

Este modelo de gestión se complicó más, cuando el capital decidió que había que convertir en propietarios a todos los proletarios, frase que todos conocemos. La propiedad entra a empujones en nuestros hogares con la compra de una vivienda. Esto se introduce vía ingresos, ahora, no por un aumento de los ingresos de nuestros padres, sino por un endeudamiento. Todo se dibujó para que nadie quedase sin vivienda, lo financiaron bancos e incluso el Estado, de esta manera se incrementaron artificialmente los ingresos. Esta acción, apoyaba a la vez un sector locomotora del crecimiento económico, la construcción. Es el crecimiento como solución para todo.

Nuestras madres tuvieron que hacer gala de sus mejores habilidades, pues la adquisición de la vivienda incrementó los costes. Su gestión, y las horas extras de nuestros padres, fueron clave del sostenimiento. Algunas tuvieron que trabajar en sus casas para completar los ingresos y que estos pudieran aguantar la nueva estructura de gastos.

Tras este primer incremento virtual de los ingresos, éstos, construidos mayoritariamente sobre la figura del hombre, se convierten en el objetivo central de muchas familias en la búsqueda de nuevos objetos que tener en propiedad. El coche es el segundo golpe en la economía familiar. También éste fue soportado por nuestros padres cayendo nuevamente en deudas aplazadas. La compra a plazos se extiende a infinitud de objetos y los ingresos de la familia cada vez son menos reales. En esta espiral nuestras madres entraron menos, ellas no distinguían un coche de otro, no tenía importancia, no tenían tiempo para ver la televisión pues estaban haciendo nuestras cenas y así con tantas otras cosas. Los costes y su gestión sin embargo, sí eran reales y ellas lo gestionaron con una habilidad tal, que aún hoy en día las reconocemos viviendo con exiguas pensiones de viudedad que a nosotros no nos durarían una semana.

La necesidad de ingresos se impone conforme lo hace el consumo como un valor en sí mismo. Es el momento de la incorporación de la mujer al mercado laboral, esto hace elevar los ingresos de las familias. Celebramos que la mujer se incorpore al mercado laboral pero ¿quién y cómo se gestionan ahora los costes? Las propiedades se multiplican, segundas viviendas en la playa o en el campo, más coches y televisores de grandes dimensiones.... Todo ello se hace con el empuje y la filtración del mundo financiero en nuestras pequeñas economías. Cada vez más, aquellos que aportan menor valor son los que nos detraen más recursos.

La importancia manifiesta de los ingresos frente a los costes adquiere su máxima relevancia cuando el derecho a la especulación, negocio lucrativo que ocupa la mayoría de las transacciones financieras, impregna todo el sistema, incluidas esas economías domésticas. Es un homenaje a la generación de ingresos en el corto plazo, sin tener en cuenta para nada los costes. ¿Donde se quedó todo lo que nos enseñaron nuestras madres?

Las empresas, que no dejan de estar gestionadas por personas, no se mantienen ajenas a todo este proceso. El corto plazo y el pelotazo, como se llamó al enriquecimiento rápido a costa de los demás, se impone como la versión especulativa sobre la gestión empresarial. El empresario busca mejorar los beneficios y lo hace controlando los ingresos y los costes pero sólo en una parte de su acción, en el proceso productivo interno. La empresa, como las personas, comienza a trasladar costes en el tiempo y estas añaden en el espacio. Sus cuentas de explotación no representan la realidad de sus costes sino sólo de aquellos que asume, el resto los tendremos que pagar otros que nos vemos afectados por ellos, o nuestros hijos cuando no puedan escapar de las consecuencias. Se fingen ingresos para justificar al capital una inversión con un buen rendimiento, injustificable por su magnitud en ocasiones. Activos sobrevalorados, deudas tapadas, sueldos multimillonarios de sus directivos, proveedores pendientes de cobro,... básicamente un descontrol de los costes al servicio de los ingresos.

Hoy, cuando se están viendo forzadas a asumir la realidad, muchas empresas están quebrando, otras se salvan porque tuvieron una oportuna gestión de sus costes y unas pocas ganan grandes cantidades exportando sus costes cada vez en mayor cantidad. Escenas de las películas en blanco y negro se repiten hoy cuando vemos a trabajadoras y trabajadores personándose todos los días , llamados por una ETT (empresa de trabajo temporal), a la puerta de una fábrica para que cada jefe de sección de la planta de producción elija ese día quién entra o no a trabajar. Episodios, muy reales, actuales y cercanos, que también rememoran épocas de patio de colegio donde elegías a aquellos compañeros con los que formar tu equipo de balonmano, fútbol, béisbol,....

Esta absurda gestión económica alcanza, como no podía ser de otra manera, a nuestras administraciones públicas. En ellas no se trabaja con análisis coste/beneficio, su clave es la gestión de un presupuesto. Vaya!!! como nuestras madres cuando recibían la cantidad que tenían para que todas las necesidades de la casa fueran satisfechas. La gran diferencia es que nuestra administración no ha encontrado en sus dirigentes la pericia de nuestras madres ni la voluntad firme de ellas. La administración ha perdido el control de los gastos para no ser menos. Se multiplican las administraciones públicas, se pagan los costes que las empresas jamás asumieron, los políticos se fijan sueldos y otros gastos cada vez más altos, multiplican puestos de asesores en muchas ocasiones innecesarios. Invierten cantidades millonarias en aeropuertos sin aviones, circuitos de fórmula 1 imposibles de amortizar, viajes papales, ciudades temáticas, ríos navegables para el ocio, y otros gastos o fugas menos lícitas que llenan nuestros juzgados día sí, día también.

Hoy, cuando esto ya no se sostiene, nos hablan de perseguir el análisis coste/beneficio pero, en lugar de seguir el ejemplo de nuestras madres, siguen a las peores empresas. Plantean un análisis parcial sobre acciones concretas en la resolución de las consecuencias, en lugar de trabajar integralmente sobre las causas de los problemas con ese análisis. Fácilmente nos pueden llevar a estar toda la vida resolviendo un problema que conocemos claramente quién y cómo se genera, es más, el control de costes es tan escaso que podrían contratar a quien genera el problema para arreglarlo, siempre que la segunda parte la haga de forma eficiente. A mí no me cabe duda alguna que mi madre, si rompiese un plato, no me premiaría si lo arreglo pegándolo, ni aunque sea el mejor pegando platos rotos, ella me exigiría no romperlos. Ella sí sabe gestionar los costes.

Tampoco a nuestras madres se les ocurriría luchar por incrementar los ingresos de su economía dejando a sus hijos sin un plato de comida, sin una cama bajo techo o sin un abrigo que ponerse en el crudo invierno. Nuestras madres se quitarían la comida de la boca y dormirían en el suelo antes que nosotros tuviéramos que pasar por ello.

Lejos de pensar que este escrito es ligero en su tratamiento, y que nuestras madres nada tienen que aportar a un modelo económico que nos dibujan complejo, llenándolo de verborrea y mentira que sólo busca confundir y crear miedo, sé que si ellas gobernaran nuestras casas, nuestras empresas y nuestras administraciones, hoy no estaríamos donde estamos.

Desde la conciencia de cada una de las palabras que escribo afirmo que tenemos mucho que aprender de nuestras madres para llegar a saber gestionar correctamente un modelo económico que esté al servicio de las personas. Sí, claro, ya lo sé.... pero a mi madre nunca se le hubiera ocurrido la estupidez de crear una herramienta/sistema que en lugar de servirnos nos fuerza a servirle.

NITTÚA

Raúl Contreras

Núria González

 

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