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Foro de debate sobre ética y responsabilidad social en empresas y organizaciones

Aunque con raíces muy anteriores, la implantación de la RSC en las grandes empresas (en las pymes es todavía un fenómeno menor) tiene ya en torno a quince años de historia. Una historia de aparente éxito rutilante, a lo largo de la cual ha ido expandiéndose y consolidándose hasta convertirse en un modelo de gestión generalizadamente aceptado (en la teoría), tanto en el discurso empresarial como en el ámbito de los expertos que gira a su alrededor.

Es una historia cuya lógica se ha sustentado en base a dos explicaciones diferentes, pero complementarias:

A. La necesidad de cimentar la gestión empresarial en firmes fundamentos éticos: una necesidad que al mismo tiempo es positiva para la gestión, porque evita los desvaríos de la ambición desmedida, que acaban generando problemas muy graves en la propia empresa, de los que la crisis habría ofrecido ejemplos suficientemente patentes.

B. La presunta convicción de que la aplicación integral de la RSC en toda la actividad de la empresa (además de ser positiva para las partes afectadas y para la sociedad) redunda a la larga en su propio beneficio, porque fortalece su reputación y su aceptación, la calidad de su gestión general y, en definitiva, su competitividad y su capacidad de generación de valor de forma sostenida en el tiempo. Es el llamado “Business Case” de la RSC: su justificación económica y la dominante en el mundo de la gran empresa. La RSC interesa por propio interés bien entendido, por egoísmo ilustrado, por inteligencia.

Son argumentos ambos que conducen a una concepción eminentemente voluntarista y unilateral de la RSC. Bien por convicción moral, bien por inteligencia, es la propia empresa la que debe desarrollarla libremente: implica comportarse mejor de lo que la ley exige y es algo, por tanto, que no tiene sentido regular o que debe regularse lo menos posible.

Argumentos, desde luego, con los que muchos podemos coincidir. El problema es que, lamentablemente, son las grandes empresas que dicen defender y liderar esta filosofía las que no parecen creérsela de verdad: es abrumadora ya la evidencia de grandes corporaciones que presumen de excelencia en RSC (y que así son calificadas en los numerosos ránkings e índices existentes), pero que en la práctica se comportan de forma flagrantemente irresponsable. Por eso se hace difícil no pensar que no se trata más que de una estrategia de marketing y de legitimación, una cosmética gatopardiana que no persigue otra cosa que dulcificar la imagen de la empresa o, todo lo más, una guía de buenos propósitos para aspectos intrascendentes de la actividad, pero que, en la práctica, se olvidan cuando están en juego cuestiones verdaderamente importantes. El caso de Volkswagen, modelo de RSC, no es más que la más reciente constatación de un fenómeno general e inevitable.

Y es inevitable porque, por encima de las posibles buenas intenciones y de la convicción de que a la larga la RSC puede ser rentable, ninguna gran empresa se puede permitir el lujo de poner en cuestión la cuenta de resultados a corto plazo por pruritos de responsabilidad social. Y no lo puede hacer porque, en el mundo en que vivimos, la competencia y el mercado (y especialmente los mercados financieros) no se lo permiten. Naturalmente, otra podría ser la situación con una sociedad y con un mercado que valoraran en su justa medida la RSC y la priorizaran frente al beneficio inmediato, pero no es ésa la realidad.

Por eso, si se quiere avanzar de verdad hacia el objetivo (esencial para la humanidad) de mejorar significativamente los comportamientos de las grandes empresas y erradicar sus desmanes, no hay más remedio que intensificar la presión social y regular esos comportamientos y el conjunto del sistema económico de forma mucho más exigente: nuevas reglas que impulsen un nuevo modelo de empresa. Mientras esto no suceda, la RSC seguirá siendo, en lo esencial, pura retórica.

Por supuesto, no es un camino fácil ni en el que se pueda avanzar sólo a nivel nacional. Pero es el único consistente para quien se quiera tomar de verdad en serio la RSC.

(*) El presente texto ha sido publicado inicialmente en la veterana revista barcelonesa “El Ciervo” (nº. 754, noviembre-diciembre de 2015) como parte de un documento en el que, con el título genérico de “Responsabilidad Social de la Empresa: RSE o RIP”, la revista recababa la opinión sobre la situación y perspectivas de la responsabilidad social empresarial a Andreu Missé, Orencio Vázquez, Pere Escorsa, Fernando Casado y quien firma estas páginas. Más concretamente, y con el reciente fraude de Volkswagen como trasfondo, El Ciervo planteaba a las personas consultadas si, a la vista de los continuados escándalos empresariales, “podemos confiar en las empresas o debemos pedir leyes más duras”. Las líneas precedentes constituyen mi respuesta.

Posteriormente se ha publicado en Ágora, 28/12/2015 .

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