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Distintas poblaciones del mundo árabe han emprendido, con suerte dispar, el camino de la revolución para liberarse de los regímenes dictatoriales que les oprimen. Mientras algunas sublevaciones han conseguido su propósito de deponer al dictador de turno e iniciar un posible camino hacia la democracia, como es el caso de Túnez o Egipto, otras, en cambio, han corrido peor suerte, como es el caso de Libia, en el que hay riesgo de acabar en una auténtica guerra civil, o el de Siria y Yemen, en el que el coste de vidas humanas tan solo está consiguiendo pequeñas promesas como la subida de salarios a los funcionarios, la revisión de alguna ley (de emergencia), o la destitución de gobiernos que en realidad no gobiernan nada.

             En cualquier caso, esta corriente revolucionaria que recorre el mundo árabe y que no acaba de conseguir sus objetivos en todos los países que la han emprendido, ha traído a la actualidad de las instituciones de gobierno mundial el debate sobre la intervención internacional en ayuda de estos movimientos rebeldes, reabriendo así el viejo debate filosófico del Ius ad  bellum, o el derecho a la guerra justa, propiciado, sobe todo, durante la Edad Media por la tradición cristiana (la Escolástica) y durante el Renacimiento por el Humanismo; también ha existido en otros filósofos posteriores la preocupación por la guerra, aunque no es nuestra pretensión hacer aquí un análisis exhaustivo del tema.

             Si traemos aquí este concepto de guerra justa es para intentar armar cierta argumentación que nos permita dar algo de luz al actual debate sobre la intervención internacional en los conflictos locales de los estados soberanos. En este sentido, conviene recordar las tres condiciones que a juicio de los representantes de la tradición filosófica cristina y de otros autores posteriores harían que una guerra fuese considerada justa:

            1.- La primera condición estaría relacionada con la autoridad de quién declara la guerra, de manera que para que una guerra fuera calificada de justa, ésta tendría que estar declarada por una autoridad legítima.

            2.- La segunda condición estaría relacionada con la causa de la guerra; ésta tendrá que ser una causa justa. Deberá de demostrarse no sólo la gravedad de la violación sino que la guerra es el único medio para lograr reparación. Debiendo además de existir proporcionalidad entre la gravedad de la causa y los males que se van a acarrear con la guerra.

           3.- Finalmente se requiere también que sea recta la intención de los contendientes, es decir, que su intención sea promover el bien o la libertad y no el deseo de venganza, la aniquilación o la dominación de otro pueblo.

             De acuerdo con estas condiciones podríamos realizar un primer análisis de la situación que nos aproximaría hacia aquéllos que entienden la intervención internacional en los conflictos internos de los países soberanos, como el caso de Libia, como justa jurídica y moralmente hablando, ya que ésta ha sido, en primer lugar, autorizada por quién tiene legitimidad para hacerlo, es decir, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (Resolución 1973), en virtud del artículo 42, del Capítulo VII, de La Carta de las Naciones Unidas. Lo que no tendría, en cambio, esta legitimidad, de acuerdo a lo que establece el art. 47 de la citada Carta, es el traspaso a la OTAN de la dirección de las operaciones que se están llevando a cabo en Libia bajo el nombre de Odisea del Amanecer, porque debería ser El Comité de Estado Mayor el que  tuviera a su cargo, bajo la autoridad del Consejo de Seguridad, la dirección estratégica de todas las fuerzas armadas puestas a disposición del Consejo. En segundo lugar, lo que nos acerca también a los partidarios de la intervención según esta tradición es que se puede entender que su origen se encuentra en una causa justa,  frenar la violación de los derechos humanos que está practicando el dictador libio con su pueblo (detenciones arbitrarias, torturas, ejecuciones sumarias, etc.). Lo que nos podría generar importantes dudas es la idea de proporcionalidad que hemos incluido en esta segunda condición, entre los males que está causando la intervención internacional, con sus ataques selectivos sobre uno de los bandos para hacer inclinar la balanza de la guerra, y aquéllos que pretende evitar, porque cada día vemos más daños colaterales en los bombardeos que se realizan sobre las posiciones gubernamentales y más lejos la posibilidad de paz. Por último, nuestro apoyo a la intervención también podría venir si consideramos que la intencionalidad que ésta persigue es la defensa de los derechos humanos y la libertad del pueblo libio, y no lo tendría en cambio, si la intencionalidad de la intervención guardara alguna relación con los recursos naturales de la zona, como dice el presidente de Venezuela.

             A pesar del peso de las argumentaciones ya ofrecidas, para poder formarnos una opinión sobre la conveniencia o no de la intervención internacional en los problemas internos de los países soberanos, no podíamos acabar este artículo sin ofrecer la argumentación que nos brinda Immanuel Kant en su ensayo Sobre la paz perpetua, en el que nos dice que Ningún Estado debe inmiscuirse por la fuerza en la constitución y gobierno de otro.>> A juicio de Kant, mientras esta lucha interna no se haya decidido, la injerencia de potencias extranjeras sería una violación de los derechos de un pueblo independiente que combate una enfermedad interna.>> Según este autor esta intervención pondría en peligro la autonomía de todos los Estados. Esta posición está siendo mantenida por Hugo Chávez, quien interpreta esta intervención como una actuación imperialista que no respeta la independencia y la soberanía del pueblo libio. Ahora creo que ya hay bastantes cartas echadas sobre la mesa para poder formarse un fundado juicio sobre la cuestión.

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Comentario por Beatriz Palomar García el mayo 31, 2011 a las 10:57am

Está bien plantearse dudas sobre cualquier conflicto armado que se produzaca, es más, debe hacerse ya que detrás de cualquier conflicto hay intereses económicos.

Lo que no debemos hacer es llevar más allá el conflicto entre dudas éticas e intereses económicos. En este caso, creo, ambos van de la mano. La necesidad de democracia en África beneficia a todo el enterno mediterráneo. Aquí no hay sólo beneficios económicos para Occidente sino también beneficios sociales y económicos para Libia. A Europa le venía bien el gobierno de Gadafi, que le suministraba petróleo, gas y mantenía alejado el peligro del terrorismo. Pero no todo vale. Era necesario detener al dictador y su brutalidad con su propio pueblo. ¿Qué hubiese pasado en Europa durante la segunda guerra mundial si los países aliados no hubiesen intervenido?

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