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“Cooperación frente a confrontación. Una propuesta para vencer la incertidumbre.

 “Cooperación frente a confrontación. Una propuesta para vencer la incertidumbre.

Si piensas en la política de forma maniquea entonces el acuerdo es un pecado” J. Haidt 

Vivimos momentos de incertidumbre. Preocupación y ansiedad creciente por la evolución de la covid 19 en este otoño que acabamos de estrenar y preocupación por una crisis económica profunda, de la que no se sabe a ciencia cierta cuando remontaremos.

Esta incertidumbre se refleja en el  Barómetro especial del  CIS de Julio de 2020. Para los ciudadanos los principales problemas que actualmente existen en España son: el paro (34,6),  los problemas de índole económico (29,3), el coronavirus (28,4) y la sanidad (15,7).

La resolución de estos problemas debería exigir el concierto de todos, especialmente de nuestros políticos. Sin embargo,  ese mismo Barómetro refleja que son los propios ciudadanos quienes ven en la actitud de los políticos un problema añadido. (su falta de acuerdos y la situación de inestabilidad política  que genera (13,8), y los políticos en general (12.2).

Resulta muy ilustrativo qué cuestiones puestas en el candelero por los partidos políticos o la opinión publicada (la monarquía, la violencia de género, la aptitud de la oposición, el extremismo de algunos partidos políticos, la confrontación social,  la vivienda, la inmigración, la inseguridad ciudadana o la independencia de Cataluña) no sean  percibidas por la población –Según ese mismo barómetro- cómo los principales y más acuciantes problemas; ni que otras cuestiones sobre las cuales los expertos llaman la atención y exigen  cambios urgentes, como ocurre con los problemas medioambientales o las pensiones, tampoco sean vistas como un problema a corto plazo por  la población. 

Poniendo en relación unos problemas con otros, estaremos de acuerdo en que tanto los  problemas que generan mayor incertidumbre y consecuentemente  más insatisfacción y falta de bienestar (el empleo; los problemas de índole económicos y la salud pública) cómo otros temas de evidente trascendencia (la educación, los problemas de índole social, la corrupción y el fraude, la inmigración, el funcionamiento de los servicios públicos, la vivienda los  problemas medioambientales, la administración de Justicia,   las pensiones) exigen para su resolución, como percibe y demanda la ciudadanía,  que los partidos políticos abandonen la estrategia de confrontación, que es vista por la ciudadanía como un problema que impide la resolución de los otros.

Haidt, psicólogo social y profesor de liderazgo ético en la Universidad de Nueva York, ha estudiado el comportamiento de la clase política estadounidense desde la década de 1990, para concluir que la clase política se ha vuelto cada vez más maniquea y que ese maniqueísmo ha conllevado un aumento de la acritud y  una disminución de la capacidad de encontrar soluciones en común.

Y el problema - entiende Haidt-  no se limita a los políticos. “La tecnología y el cambio en los patrones residenciales nos han permitido a cada uno de nosotros  aislarnos dentro de burbujas de individuos  con ideas afines –subraya-. En 1976, solo el 2% de los estadounidenses vivían en condados donde se producían victorias electorales rotundas – en que republicanos o demócratas ganaran por más de un 20%- . En 2008, el 48 % de los estadounidenses vivía en un condado de este tipo”.

También el professor Haidt ha constatado otro fenómenos llamativo: Las cada vez más infrecuentes  relaciones de amistad entre políticos de distintos partidos, cada vez más encerrados en su propio entorno,  y recomienda cambiar esta dinámica, asegurando que “si puedes tener al menos una interacción amistosa con un miembro de otro grupo, te resultará mucho más fácil escuchar lo que está diciendo y quizás ver un tema controvertido bajo otra perspectiva”.

Las  conclusiones de Haidt no son ni mucho menos aplicables exclusivamente a los estadounidenses y sus políticos;  a poco que observemos el panorama político español,  habremos de convenir  que esas mismas conclusiones son,  hoy más que nunca, extrapolables a la situación que vive nuestro país, polarizado como no lo había estado en muchos años, desde luego, como nunca después del advenimiento de la democracia del 78.

Y lo peor de todo es que la situación que exponemos se retroalimenta. Los partidos políticos adoptan un discurso cada vez más frentista; los barrios en las grandes ciudades están cada vez más polarizados  políticamente, y cada vez más, los ciudadanos, que reciben información exclusivamente de determinados medios afines a la ideología en la que se incardinan (y a esto ayudan especialmente los algoritmos de las redes sociales), son más herméticos a la hora de abrir sus mentes a otras posturas y más incapaces de aceptar las soluciones de otros para resolver los problemas. En definitiva el resultado es que las personas, con independencia de su formación, son cada vez más intransigentes, y tienen menos capacidad crítica para juzgar al correligionario o ver la realidad desde otro punto de vista.

El profesor de Derecho de la Universidad de Yale, Dan M. kahan,  conocido por su teoría de la cognición cultural – que trata de comprender cómo los valores dan forma al conflicto político y  promover estrategias deliberativas efectivas para resolver los  problemas reales partiendo de datos empíricos- ha estudiado el fenómeno, poniendo de manifiesto que si bien el nivel educativo puede tener un efecto positivo en la comprensión de un tema  controvertido; tal efecto positivo desaparece cuando el tema en  cuestión es objeto de una polémica partidista.

Es decir se juzga y se toma partido, antes que guiados por la razón, emocionalmente  o por la necesidad de ser reconocido por el grupo al que se nos adscribe.

Para vencer estos modelos de comportamiento se hace imprescindible acercarse a aquellos que pertenecen a otros grupos ideológicos distintos,  compartir con ellos aficiones o actividades, crear un clima de confianza a partir del cual sea posible, primero,  escuchar al otro con respeto cuando exprese sus ideas políticas o proponga, desde su ideario, soluciones a un problema y, después, ser capaces de conciliar en común las mismas. 

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