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Foro de debate sobre ética y responsabilidad social en empresas y organizaciones

 

He tenido una conversación muy interesante, que comenzó con un correo electrónico, del que reproduzco uno de los párrafos: "Cuando decidí iniciar el camino hacia el doctorado, creí oportuno hacerlo desde la Facultad de Filosofía de [...] para recibir apoyo en la vertiente más filosófica de mi ámbito de investigación. Sin embargo, ahora, tras [...], me he encontrado con una falta de comprensión importante por parte del profesorado. En otras palabras, la ética de la empresa y la RSE les parece pura estrategia de relaciones públicas y no tienen ningún tipo de respeto para este ámbito ".

Huelga decir que esta es una experiencia que hace pensar. Y que, por supuesto, no se puede generalizar: conozco facultades de filosofía que hace tiempo que reaccionan de forma opuesta a la descrita. Y no sólo de manera opuesta, sino que impulsan decididamente trabajos en esta dirección. Pero esta reacción hace pensar, porque refleja una perspectiva mucho más arraigada y presente de lo que se suele querer aceptar, tanto dentro como fuera de las facultades de filosofía.

Claro que podríamos empezar apelando al aviso de Machado hacia todos los que desprecian cuanto ignoran. En la citada reacción resuena el eco de este aviso, sin duda. Pero contentarse o consolarse con esta constatación no sería ni razonable ni inteligente. Algo tiene que haber también en el discurso y la práctica de la RSE que haga que este tipo de percepciones estén tan arraigadas. El club de la RSE puede estar tan encantado de haberse conocido que puede confundir a sus power-points con la realidad. Incluso los que quieran hacer aspavientos diciendo que las cosas han cambiado mucho, y que estas reacciones no muestran otra cosa que quienes las tienen permanecen anclados en el pasado, deben aprovechar la ocasión para caer en la cuenta, otra vez, de que cuesta mucho cambiar percepciones, mentalidades y presupuestos, y que los errores que se cometen en el pasado, por mucho que se hayan corregido, permanecen en las mentes de quienes fueron testigos de ellos. Y hubo un tiempo en el que la RSE fue predominantemente una estrategia de relaciones públicas. Un pasado que todavía es, en algunos casos, presente.

Aceptado lo anterior, me abstengo -en nombre de la buena educación- de calificar a una facultad de filosofía en la que se reacciona de esta manera a una propuesta que se plantea en los términos descritos. Ni que sea para criticar o desenmascarar (para usar dos términos que en dicha facultad pueden considerar próximos) a la ética empresarial y a la RSE podría tener sentido llevar a cabo un estudio de la cuestión. A menos que que formen parte del inmenso, extensísimo y tan actual club de la gente que ya está de vuelta sin haber ido nunca a ninguna parte. Ya se dijo en su momento que si en España se hablara sólo de lo que se sabe algo se haría un gran silencio. Con esta reacción, en la mencionada facultad han perdido una oportunidad de poner su granito de arena en la construcción de dicho silencio. Pensar sobre la realidad -insisto: aunque sea para criticarla o desenmascararla- parece que debería formar parte de los intereses de una facultad de filosofía y, guste o no, la empresa forma parte de la realidad social y la configura, ¡y hasta qué punto! Si se renuncia a pensar y analizar la realidad social y las construcciones e interpretaciones mentales que se trenzan en ella ya me dirán qué tipo de filosofía se puede hacer. O si, simplemente, se puede hacer filosofía. Borges ya dijo que la teología pertenecía al género de la literatura fantástica. Se puede ver el comentario como un elogio, especialmente si amamos la literatura. Pero con reacciones como ésta las aulas de esta facultad de filosofía pueden convertirse en un atrezzo ideal para películas de zombies.

Ahora bien, esta -digamos- anécdota plantea de nuevo una pregunta recurrente: ¿dónde podemos esperar, hoy, la emergencia de las innovaciones y la exploración de caminos que puedan convertirse en espacios de transformación? Personalmente, cada vez estoy más convencido de que no podemos ni esperar ni confiar en que los cambios y las innovaciones surjan de los sistemas dominantes, en el ámbito que sea: político, religioso, económico, empresarial, intelectual... Su propia reproducción y/o su supervivencia les consumen tanta energía que, caso de producirse cambios, son más bien mecanismos reactivos que no propuestas asumidas. Probablemente se pueda hacer más en las periferias, donde se pueden ensayar y tantear cosas que, si son exitosas, pueden tener tener un cierto impacto de arrastre. Pero a menudo de la periferia a la marginalidad sólo hay un paso, donde se gana coherencia y se pierde relevancia.

Por eso soy especialmente partidario de y sensible a una especie de actividad que parece que se sitúa en la periferia pero es algo más. Es la actividad que se sitúa en las intersecciones de dos o más sistemas, instituciones o formas de pensar. Creo que es en las intersecciones donde se producen híbridos que pueden convertirse en innovaciones con capacidad transformadora. Especialmente cuando en estas intersecciones se produce una interacción libre y sin prejuicios entre diversas maneras de pensar y actuar que se orienta a crear nuevas experiencias y prototipos, sobre todo cuando se articulan en torno a proyectos y problemas concretos. Y así aparecen los emprendedores sociales, los partenariados o las éticas aplicadas, por poner tres ejemplos cercanos a la temática que me ha hecho arrancar esta reflexión.

Trabajar en intersecciones de cualquier tipo (organizativas, sociales o disciplinares) es de las experiencias más estimulantes que se pueden llevar a cabo. Pero, sobre todo, es el ámbito donde más fácilmente se pueden generar innovaciones catalizadoras de transformaciones.

En caso contrario, el riesgo, como el de aquella facultad de filosofía, es el de vivir sólo de cuerpo presente...


www.josepmlozano.cat

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