La sociedad enferma
Emilio J. Belda
Existe un cierto consenso en admitir que la sociedad en la que vivimos no nos hace felices. No es sólo que haya mucha gente que viva en la más absoluta pobreza, ajenos y alejados del sistema, sino que además, incluso aquellos que son la viva imagen del éxito se derrumban con demasiada frecuencia ante nuestros ojos, dejándonos una mezcla de confusión y tristeza.
Confusión por no entender cómo se puede ser infeliz después de haberlo conseguido todo en la vida. Tristeza porque con su infelicidad se va una parte de nuestra certeza sobre cuáles son los caminos que llevan al éxito y, por tanto, a la felicidad (cómo si éxito y felicidad estuvieran indisolublemente unidos).
Nuestra sociedad camina como jinete enloquecido en busca de su destino. Se diría, por la velocidad a la que cabalga, que sabe y tiene perfectamente claro dónde quiere llegar, cuál es la meta que persigue. Porque de no ser así, podríamos pensar que el constante azote al caballo, la dolorosa y continua clavada de espuelas no es sino un acto absolutamente irracional y sádico.
Byung-Chul Han lo describe de otro modo. Nosotros seríamos jinete y caballo, masoquistas ávidos, víctimas y verdugos. El habla de una sociedad del cansancio y nos la describe a través del míto de Prometeo:
“El mito de Prometeo puede reinterpretarse considerándolo una escena del aparato psíquico del sujeto de rendimiento contemporáneo, que se violenta a sí mismo, que está en guerra consigo mismo. En realidad el sujeto del rendimiento que se cree en libertan, se halla tan encadenado como Prometeo. El águila que devora su hígado en constante crecimiento es su álter ego, con el cual está en guerra. Así visto, la relación de Prometeo y el águila es una relación consigo mismo, una relación de autoexplotación. El dolor del hígado, que en sí es indoloro, es el cansancio. De esta manera, Prometeo, como sujeto de autoexplotación, se vuelve presa de un cansancio infinito. Es la figura originaria de la sociedad del cansancio”
La sociedad está enferma, una enfermedad neuronal que tiene su propia patología. Una patología perceptible en la forma en que vivimos lo cotidiano y lo extraordinarios, encadenados a unas ideas que nos hacen infelices y casi estúpidos.
Se hace necesario parar, descabalgar y sentarse. En una sociedad donde todo el mundo parece no tener tiempo, donde lo urgente pasa a tener rango de jefe de estado, dedicar tiempo a pensar parece casi ridículo. Y sin embargo, vamos a morir ridículamente por no prestar atención a lo importante.
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