Ante la evidente escasez de trabajo dignamente remunerado y el creciente paro juvenil - por encima de los bajos niveles de empleo que padecía Europa antes de la segunda Guerra mundial, y que fueron una de sus principales causas- convendremos que, cómo se viene planteando en distintos foros, parece ineludible abordar, como única solución que evite el colapso de nuestra sociedad, la instauración de una renta básica.
Más allá de esa solución necesaria e insoslayable, deberíamos plantearnos hasta qué punto – siendo, al menos hasta la actualidad, el trabajo un elemento determinante para forjar la propia identidad del ser humano, tanto frente a sí mismo, como frente a la sociedad- el “no trabajo”, como situación permanente, puede afectar a esa misma identidad.
Resulta evidente que la falta o pérdida de trabajo genera en un primer momento invisibilidad para finalmente –cuando la situación de desempleo se perpetúa en el tiempo- degenerar en exclusión y estigmatización social.
Con la renta básica universal se intentaría paliar estas últimas fatales consecuencias, pero, ¿hasta qué punto, la misma paliaría la invisibilidad, la pérdida de la propia identidad, si ésta se forja - al menos desde la revolución industrial y el advenimiento del estado liberal- en el reconocimiento social ligado al estatus que hasta la fecha siempre ha ido de la mano de la actividad laboral desarrollada por cada cual?.
Estaremos de acuerdo en que desde ya hace varias generaciones hasta la actual, todas las personas se presentaban en sociedad y eran identificadas por el rol propio de la profesión ejercida por cada cual: Abogado, médico, arquitecto, agente comercial, ingeniero, economista, maestro, periodista, bombero, albañil, fontanero etc. Y ese estatus profesional conformaba en buena parte su identidad.
Desde hace años, en los documentos notariales los otorgantes de los negocios jurídicos que se instrumentalizan en los mismos han de manifestar su profesión. De un tiempo a esta parte me encuentro con gente y no poca, que a la hora de identificar, ante el Notario, su profesión, se encuentra con serias dudas.
¿Qué ocurrirá cuando alguien a lo largo de su vida no haya trabajado jamás?. ¿Se hablará de una nueva y “estigmatizada” clase de “parias”? ¿Con qué derechos?
El pasado verano tuve la oportunidad de leer un trabajo de investigación, aún inédito, escrito por Román Benito. Su título “¿GANARSE LA VIDA? Reflexiones sobre las Gramáticas Laborales y Sociales en la Sociedad Postindustrial”. El estudio aborda el problema de cuales sean las posibles consecuencias antropológicas derivadas de la escasez de trabajo remunerado y la posible implantación de la renta básica universal, y tiene tal abundancia de citas bibliográficas no solo útiles sino sugerentes, que cada una de ellas sugieren al lector un camino por el que adentrarse y reflexionar.
El autor del trabajo que comento, dedica nada más y nada menos que un capitulo (5 páginas enteras) cuyo título “preguntas para pensar”, ya anticipa la batería de cuestiones que el problema que hoy abordamos plantea.
Tras leer esas preguntas –imposibles resumirlas en estas breves líneas- uno se percata de lo extraño que resulta encontrar en un libro - no digamos ya en otros medios de comunicación más inmediatos- preguntas y no respuestas. Máxime, tratándose de un trabajo científico, extraña aún más que el mismo plantee más preguntas que respuestas.
Convendremos, que el método mayéutico que puso en valor Sócrates en el siglo IV antes de Cristo, no es precisamente una moda en nuestra sociedad. En un mundo donde prima el mensaje publicitario, y los libros de auto-ayuda con recetas fáciles, no está bien visto preguntar.
Todo sucede tan rápido en la sociedad postmoderna que pareciera que lo vital es dar rápidas y cortas respuestas a las necesidades creadas, las más de las veces, artificialmente, pasando por alto los verdaderos problemas que llaman a la puerta.
No hay lugar ni tiempo para preguntas ni respuestas reflexionadas. Solo hay espacio para respuestas enlatadas. Los 150 –ahora, ¡qué gran progreso!, 280- caracteres de Twitter.
Parece que no hay tiempo para compartir un espacio reflexivo y filosófico caracterizado justamente por plantearse preguntas, y en su caso, dar respuestas creativas, críticas y cuidadosas.
Pero volvamos a nuestro tema. Tratemos aquí solo de hacernos dos o tres preguntas que considero trascendentales y que no se hacen ni los políticos que nos legislan y gobierna, ni los creadores de opinión.
¿Vamos ineludiblemente y sin vuelta a atrás a un mundo que sea incapaz de crear puestos de trabajo para todos los seres humanos?
La respuesta parece sin duda ha de ser afirmativa.
Pese a ello ¿Cuántos son los gobernantes, dirigentes, políticos, que se lo preguntan?, ¿Cuántos son los que se preparan para un futuro que ya llama a la puerta?, ¿Cuantos partidos políticos han abordado el problema en campaña?, ¿No es un tanto hipócrita la posición que mantienen partidos políticos de izquierda y sindicatos?. Todos ellos hablan por ejemplo en nuestro país de derogar la reforma laboral del PP; sin contestar a la pregunta ¿tiene sentido volver a atrás? El gobierno de Pedro Sánchez pese a las promesas realizadas, no ha derogado desde la moción de censura la reforma laboral. ¿Qué hará el nuevo gobierno?.
Pero la crítica a los sindicatos ante su pretensión de mantener vigentes los modelos del pasado, ya inservibles, o al silencio de los partidos políticos por mantener al elector alejado del problema y hacer sus discursos pensando en el corto alcance de la siguiente cita electoral, debería de hacerse desde la sincera pregunta: ¿No habrá que aceptar que las relaciones laborales ya no volverán nunca a ser y entenderse como fueron?, ¿No habrá que sentarse a meditar y conformar, entre todos los actores sociales, huyendo de posiciones demagógicas, unas nuevas reglas qué en sustitución de las anteriores, protejan y amparen al mayor número de personas posibles?
Las nuevas tecnologías, los procesos de automatización, la robótica, supondrán la progresiva desaparición de multitud de puestos de trabajo.
“En efecto, los adelantos de la industria …caminan por nuevos derroteros; el cambio operado en las relaciones mutuas entre patronos y obreros; la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos y la pobreza de la inmensa mayoría…han determinado el planteamiento de la contienda”. Estas palabras con las que comienza el papa león XIII la encíclica “Rerum novarum” (1891) - si no llega ser por un cierto alambicado lenguaje- parecen escritas para la época actual; también un periodo de cambio irreversible.
Sin embargo ¿Aprenderemos de los pasos que dio la humanidad para adaptarse a otros cambios estructurales que nos antecedieron, cómo el acaecido tras la desaparición del Antiguo Régimen?
Aquél fue también un periodo de cambios convulsos surgido de la revolución industrial, el capitalismo y la filosofía liberal.
Ese cambio se caracterizó por la masiva emigración del campo a la ciudad, y la metamorfosis de una economía rural basada en la autarquía a una economía industrial que demandaba la contratación masiva de mano de obra. Sin embargo, hasta que los derechos sociales de los obreros fueron objeto de demanda, hubo un tiempo de explotación brutal donde el trabajo no era “dignificante” sino alienante.
Posiblemente una de las diferencias entre aquellos tiempos de cambio y los actuales es que mientras entonces los obreros se organizaron para reclamar sus más elementales derechos y se movilizaron impulsados por nuevas corrientes filosóficas como el marxismo que trataban de dar respuesta a la crisis, hoy en día el individualismo imperante, el abotargamiento de los seres humanos propiciado por los mass media, y el propio sistema de subsidios, parecen hacer más difícil que pueda surgir una reacción.
Cómo dice Román Benito en su trabajo “Observo la aparente indiferencia de los jóvenes ante lo que se les avecina, la sobreprotección familiar, la pérdida de derechos sin contestación violenta, la escasa duración de las protestas, las manifestaciones sin reclamar contraprestaciones, guetos tan brutales como los bidonville, los dirigentes que continúan siendo votados en función de una mal entendida defensa de un estilo de vida, y pienso que alguien en lo alto de su atalaya se sentirá seguro de que no existe peligro del que no pueda sustraerse.”
Quizás sea preciso esperar a que la situación se torne insostenible, la clase media trabajadora haya desaparecido, los nuevos parias de la tierra se organicen y resuelvan, movilizados por nuevos idearios, dar un paso al frente. ¿Cabrá en ese futuro venidero una nueva revolución o será ya inviable?
Preguntas y preguntas. Al menos no dejemos de hacérnoslas.
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