Comunidad ÉTNOR

Foro de debate sobre ética y responsabilidad social en empresas y organizaciones

 

El debate sobre la situación que vivimos requerirá que abordemos públicamente varios debates, sin miedo. Entre ellos serán especialmente relevantes los que den respuesta a la necesidad de revisar algunas de nuestras asunciones, especialmente aquellas que no consideramos como tales asunciones, sino verdades o realidades evidentes por sí mismas.

Marjorie Kelly ha mostrado como se puede avanzar en este proceso en su libro The Divine Right of Capital. Kelly fue una de las impulsoras, desde sus orígenes, del movimiento de la RSE. Ahora, como tantos otros que emprendieron este camino, ha constatado sus límites, límites al menos en los términos dominantes en los que está planteado. Lo dice claramente: Fourteen years ago, I cofounded the publication Business Ethics to support this rise in corporate social responsibility, believing that voluntary change by progressive businesspeople would transform capitalism. I no longer believe that. Cada vez me encuentro con más gente que suscribiría esta afirmación, simplemente sustituyendo la fundación de esta publicación por parte de Kelly por su correspondiente propia iniciativa.

No hace mucho planteé aquí mismo que convendría tener clara la diferencia (tanto conceptual como práctica) entre las empresas que, decía yo, se definen por el principio de qué puedo sacar, y las que se definen por el principio qué contribución hago. Con RSE o sin ella, estas dos clases de empresa responden a lógicas muy diferentes, y empieza a ser hora de no hablar de metodologías y políticas de RSE en general, como si esta diferencia no existiera y fuera indiferente aplicarlas a unas u otras. Pero en su propio lenguaje, Kelly afirma lo mismo es más crudamente. Habla de las empresas que son extractivas y las que no. Pero no se refiere a las mineras o las petroleras. Habla de las empresas extractivas de capital. De las que, con el discurso que sea y las maneras de proceder que sean, tienen como primer y real objetivo de su actividad extraer riqueza o capital.

Y, para seguir con la crudeza de su planteamiento, Kelly lanza la pregunta: ¿la maximización del retorno a los accionistas, es un mandato legítimo? Antes de que tiemble según quien, recordemos que se trata simplemente del coraje de abrirnos a ver nuestras asunciones como lo que son, asunciones, y, por tanto, de disponernos a indagar sobre su solidez.

Kelly constata que ya disponemos de palabras para referirnos a la discriminación por razón de sexo (sexismo), de raza (racismo) ... pero que no tenemos ni palabras para referirnos a la discriminación por razón de riqueza, que tal vez es la que predomina más hoy, discriminación que afecta a colectivos enteros. De manera muy sugestiva y bastante convincente, Kelly sostiene toda su argumentación sobre la analogía de cuando se decía que la monarquía era de derecho divino para bloquear cualquier cuestionamiento que se le hiciera. Y sobre la necesidad -¡en los tiempos posmodernos que corremos!- de culminar el proceso de la ilustración en un ámbito donde aún no ha entrado: el mundo de la empresa y, especialmente, el de las grandes corporaciones y las entidades financieras, donde predomina la aristocracia del dinero y la afirmación de dogmas inmutables como verdades de origen supra-humano (naturales?) más allá de las que sólo puede reinar el caos. La maximización del retorno a los accionistas, es un mandato legítimo? Porque ya pueden venir a contarnos todas las historias del win-win y similares que quieran, que si el mandato último, más allá del cual no se puede pensar ni imaginar nada, es dicha maximización, entonces es inevitable que el resto (trabajadores, comunidades, naturaleza, etc.) sea, si hace falta y no tienen fuerza para evitarlo, legítimamente minimizable en nombre de este principio rector. Si sólo hay una cosa a maximizar, todo lo demás, en último término, es minimizable.

Estamos hablando de las empresas extractivas de capital y riqueza, pues. No de todas las empresas, por tanto. Pero se trata de empezar a afrontar que el capital -como la monarquía- no es de derecho divino, como a veces puede parecer leyendo y escuchando según quien. No había que dejar de creer en Dios para combatir la monarquía y su legitimación. Estar contra la monarquía de derecho divino (y la aristocracia que la acompañaba) no quería decir estar contra toda forma de gobierno, sino contra una forma de gobierno. Del mismo modo, dirá Kelly, cuestionar el principio de maximización del valor de la acción no es estar contra el mercado ni contra la empresa, sino cuestionar un determinado funcionamiento del mercado y una determinada manera de entender la empresa. No es el momento de entrar en las líneas de salida que propone Kelly, aunque apunta varias, entre otras la de encontrar formas alternativas en la gobernanza corporativa o revisar determinados mandatos en la gestión empresarial que están amparados por la ley. Pero la cuestión de fondo, en mi opinión, es la de cuestionar un discurso sobre la empresa, la rentabilidad y los accionistas que se va repitiendo como un automatismo pavloviano, y que tuvo su origen en una realidad social, económica y empresarial que tiene poco que ver con la que tenemos hoy. En un lenguaje que pueda resultar provocativamente cercano a los lectores usamericanos, Kelly apunta lo siguiente: As Thomas Paine memorably put it, "There is something very absurd, in supposing a continent to be perpetually governed by an island". In our case the island is Manhattan, where Wall Street resides, and the continent is virtually our entire economy.

Desde mi punto de vista, habría que plantear un cambio en lo que atañe a la legitimidad de la prioridad en última instancia que se otorga a la lógica inversora-financiera, y su fundamentación. Porque el debate no debe enfocarse (sólo) en clave de libertad y/o de propiedad, como se ha hecho hasta ahora, sino en clave de poder y de su regulación, limitación y legitimidad, especialmente cuando se trata de empresas extractivas de capital y riqueza. No estamos hablando de libertad o derecho de propiedad (o no sólo): estamos hablando de poder, sobre todo de poder. Desde el punto de vista interno a la empresa, todo el debate de los últimos años sobre el lugar de los stakeholders y la relación que deben tener con la empresa apuntan en último término en esta dirección. Ahora hay que abordarlo en el ámbito público y, sin que la palabra tenga que dar miedo, político.

La maximización del retorno a los accionistas, como criterio determinante en última instancia, ¿es un mandato legítimo?

No, no, si sólo era por preguntar ...

 www.josepmlozano.cat

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