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Sobre “funcionario” como insulto o desprecio

 

Hace unas semanas, en un funeral, cuando se hizo el –merecido- elogio del fallecido se destacó algo así como que había trabajado con gran compromiso y dedicación y, se añadió, no como un funcionario.

Hasta ahí podíamos llegar, me dije. Tenemos un problema. Un serio problema. Algo va mal, muy mal, cuando "funcionario" solo se utiliza como una manera de insultar o descalificar a alguien. Una amiga… funcionaria de dedicación y convicción –pero también con buenas dosis de frustración- me comentaba no hace mucho que cuando su hija le planteaba cómo enfocaba sus estudios universitarios y su carrera profesional ella le decía "sobre todo, no te hagas funcionaria". Tenemos no uno, si no dos problemas. Dos serios problemas.

Por una parte, la consolidación del estereotipo sobre los funcionarios, como si fueran unos vagos y acomodados recalcitrantes. Y, en el contexto de la crisis actual, esto se adereza con el mensaje de que son unos privilegiados. Que hay fundamento empírico para que según qué valoraciones no cabe la menor duda, y no voy a perder el tiempo en ello. Que algunas prácticas sindicales no ayudan precisamente a disolver algunos estereotipos, tampoco lo voy a negar. Pero hay multitud de funcionarios con vocación y compromiso de servicio público desaprovechados y desanimados en una estructura de la administración pública cuya reforma es una de las más clamorosamente y reiteradamente incumplidas promesas electorales. Una administración en la que demasiado a menudo, como se suele decir, si trabajas bien no pasa nada; y si trabajas mal, tampoco. Por otra parte, como han señalado F. Longo y A. Saz, la poco deseable ósmosis entre gobernantes y altos funcionarios facilita y consolida unas interdependencias que bloquean cualquier intento de reforma de la administración. En el gobierno de España, por ejemplo, 11 de los 14 ministros son funcionarios. Este tipo de hegemonías funcionariales no facilita las reformas porque no es previsible que impulsen transformaciones del orden establecido los mismos que se han beneficiado de él para acceder a sus cargos. Los directivos y profesionales con vocación de servicio público en la administración pública no son, como se decía antes, ni vagos o maleantes ni políticos a la espera de o en transición a cargos políticos. Pero la falta de reformas en la administración y la falta de reconocimiento y valoración de su trabajo específico hace más penosa y depresiva su situación y más lacerante el uso de "funcionario" como una forma de insulto o desprecio. (Por cierto: busquen en Google imágenes de "funcionario", y verán lo que les sale).

En los últimos tiempos, por ejemplo, se ha puesto de moda lamentarse hipócritamente cuando algunas encuestas nos revelan que nuestros jóvenes preferirían ser funcionarios. Yo no lo tengo tan claro. Tengo para mí que los jóvenes no quieren ser funcionarios: lo que quieren es tener un trabajo estable, que es muy distinto. Claro que hay quien confunde estable y garantizado de por vida, pero ante lo que está cayendo algunas jeremiadas de opinador profesional no son más que cinismo. ¿Tan irracional e irresponsable es que alguien aspire a un mínimo de estabilidad laboral? Me parece que no. Y, claro, la gente mira a su alrededor y la encuentra donde la encuentra. Por otra parte todavía no he constatado nunca que alguno de los que se lamentan de que haya un número significativo de jóvenes que dice quere ser funcionario profiera este lamento desde una situación personal de precariedad e incertidumbre laboral. Es más: algunos de quienes se lamentan son a su vez funcionarios.

Y frente al escándalo que les genera a algunos tamaña insensatez juvenil, se contraponen los míticos y mitificados valores que atesoran los emprendedores. Quede claro: necesitamos potenciar, reforzar, facilitar y apoyar a los emprendedores. Sin ellos no saldremos de la crisis. Todo lo que sea crear condiciones para el desarrollo empresarial y emprendedor será poco. Pero reconocer todo lo anterior no nos debe hacer olvidar algo cada vez más constatable: el discurso a favor del espíritu emprendedor se está utilizando como una forma de culpabilización. Es como si se dijera a tanta y tanta gente: si las cosas no te van bien, tu verás; a ver si espabilas, porque de ti depende todo. Es evidente que hay que valorar, potenciar y reforzar el esfuerzo y la iniciativa, y combatir una cierta pasividad acomodaticia que siempre espera que venga alguien a resolverme los problemas. Pero no todo el mundo puede –ni debe- ser emprendedor. Y, sobre todo, hay que combatir la tendencia creciente a reducir los problemas sociales a (in)capacidades personales. Es como si la nueva ideología dominante consistiera en predicar que, efectivamente, las cosas están mal, pero que cada uno es culpable de lo que le pasa (manteniendo y cultivando, por cierto, la secular confusión entre culpabilidad y responsabilidad).

Pues bien (y para decirlo provocativamente): mi opinión es que ojalá hubiera más jóvenes que, de verdad –pero de verdad-, quisieran ser funcionarios. Porque aquí es a donde yo quería llegar. El uso de "funcionario" como insulto y desprecio esconde y expresa el gran problema que tenemos entre manos: la desvaloración de lo público y, más concretamente, del servicio público. Y esto es algo que nunca nos deberíamos permitir. Es verdad que necesitamos una administración pública más ágil, eficiente, orientada a resultados, respetuosa con los ciudadanos y a su servicio; con una actitud que no sea prepotente pero tampoc servil con los ciudadanos, a los que también hay que educar en los deberes de una ciudadanía responsable y no reducirlos a ser un demandante insaciable de servicios públicos. Pero todo esto requiere algo fundamental: el reconocimiento, la valoración y el prestigio del servicio público, de los servidores públicos, de los… funcionarios.

Porque no nos engañemos: tampoco saldremos de la crisis si damos nuestra conformidad al uso generalizado de "funcionario" como una forma de insulto o desprecio, y a lo que esto supone. Entre otras cosas porque dicho uso no es más que una estúpida manera de erosionar y disolver nuestra propia condición de ciudadanos.

www.josepmlozano.cat

@JosepMLozano

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