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Foro de debate sobre ética y responsabilidad social en empresas y organizaciones

Los efectos perversos de la innovación y el cambio

 

Vivimos en plena apología de la innovación y el cambio. No es solo que sean algo políticamente correcto, sino que forman parte del horizonte más allá del cual no se puede pensar nada. Son términos que suelen arrastar una connotación positiva previa a cualquier consideración crítica sobre lo que se está planteando o sobre lo que está ocurriendo en nombre de la innovación y el cambio.

Esto es algo que se hace evidente a cualquiera que siga mínimamente el debate actual sobre el papel de las humanidades en la formación de profesionales y en la universidad, debate del que forma parte destacada el libro de A.T. Kronman Education’s End. Why Our Colleges and Universities Have Given Up on the Meaning of Life, cuyo título plantea directamente la cuestión de fondo. Una cuestión que se sitúa más allá de la consabida educación moral y del debate sobre el lugar de la ética en la formación universitaria, y aborda directamente la provocativa cuestión sobre el lugar de las humanidades en la formación de profesionales y, por extensión, en las escuelas de negocios.

Ya hace bastantes años que Schön planteó la necesidad de formar profesionales reflexivos. Hoy esto nos parece una obviedad: formar meros técnicos reproductores de lo existente es formar para el pasado, y no para el futuro. Però Schön se olvidó plantear algo fundamental: sobre qué han de reflexionar los profesionales reflexivos. Creo que se olvidó porque, como nos ocurre a todos tantas veces, lo daba por supuesto: los profesionales reflexivos han de ser capaces de reflexionar sobre su práctica profesional. Y creo que se olvidó de que hace falta algo más. O, para evitar el anacronismo de leer a Schön desde nuestros problemas de actuales, hoy nos hace falta algo más. En mi opinión, cuando hoy decimos que necesitamos formar profesionales reflexivos , hemos de tener en cuenta tres dimensiones: la capacidad de reflexionar sobre su práctica profesional, la capacidad de reflexionar sobre ellos mismos en el contexto de su práctica profesional, y la capacidad de reflexionar sobre su práctica profesional en el contexto de su sociedad. Y esto significa una visión amplia de la reflexión, que incluye qué se piensa, sobre qué se piensa, cómo se piensa y desde dónde se piensa. En este punto conviene no olvidar a Pascal: esforcémonos en pensar bien, este es el principio de la moral.

Y en este proceso es clave incorporar las humanidades a la formación de profesionales y directivos. No como complemente u ornamento, sino como un camino de acceso privilegiado a la comprensión de su lugar en el mundo. Por eso decía al principio que la babosa sumisión a la innovación y el cambio como valores absolutos arrastra en muchas personas la mentalidad de que no hay nada relevante que aprender o considerar de las grandes producciones canónicas de la humanidad (si es que la idea de canon tiene hoy alguna credibilidad, cosa que dudo). En cualquier caso, cuando hablo de integrar las humanidades en la formación de profesionales y directivos, no estoy pensando en los habituales enfoques academicistas que se orientan a obtener más información y a fomentar que algunos especialistas se conviertan aún más en pavos reales. Por el contrario, me refiero a fomentar una indagación personal y una conversación sostenida en el tiempo mediante la confrontación directa y contextualizada con creaciones canónicas (con perdón de la palabra) de la humanidad (en todos los sentidos de la palabra). Después de la apoteosis barroca de todo tipo de know-how, deberíamos dar alguna oportunidad al know-what, al know-who y, sobre todo, al know-why.

Porque se trata precisamente de no olvidar que, puesto que los profesionales y directivos son personas (hasta que no se demuestre lo contrario), no podemos hablar honestamente de educación si aceptamos como asunción previa la esquizofrenia o la fragmentación. A veces lo que llamamos educación se asemeja a alguien que fuera a muscularse al gimnasio pero solo desarrollara uno de sus brazos, y exhibiera uno de ellos digno de Rafa Nadal y otro propio de un alfeñique. Pues lo mismo ocurre cuando damos por bueno, por supuesto y por plausible un analfabetismo vital que permite que tanta gente considere como algo irremediable o incluso de buen ver simultanear una casi nula confrontación con su condición humana y una sosfisticada confrontación con su especialidad técnica.

Insisto en que ponderar el lugar de las humanidades en la formación de profesionales y directivos es algo muy diferente de exportar a la formación de profesionales y directivos los enfoques propios de la formación de especialistas en humanidades. Pero, en cualquier caso, requiere tener claro un par de asunciones fundamentales: que más allá de nuestras vida fragmentadas tiene valor la indagación sobre el propósito de nuestras vidas, y que el propósito de nuestras vidas no se reduce al propósito de una parte o ámbito de nuestras vidas.

Por eso prefiero acabar apropiándome de las palabras de Kronamnn:

A college or university is not just a place for the transmission of knowledge but a forum for the exploration of life’s mystery and meaning through the careful but critical reading of the great works of literary and philosophical imagination that we have inherited from the past.

Pues eso.

www.josepmlozano.cat

@JosepMLozano

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