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“El Efecto Lucifer”. Consideraciones tras la lectura del libro del mismo título del psicólogo americano Philip Zimbardo.

 “El Efecto Lucifer”

Consideraciones tras la lectura del libro del mismo título del psicólogo americano Philip Zimbardo.

 

Dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató. (Genesis 4, 8)

¿Qué es la maldad?, ¿es una posibilidad o una imperfección?, ¿es inherente al ser humano?, ¿por qué estamos diseñados así?, ¿hubiera sido preferible que todos encarnáramos la beatitud sin posibilidad de optar por una conducta inmoral?

La historia de la humanidad y la personal de cada uno nos demuestra que la esencia del hombre no es el bien ni el mal, el amor ni el odio, sino la tensión –inherente a la libertad- entre uno y el otro. Si hubiéramos sido diseñados buenos o malos seríamos autómatas en un cuerpo. Lo que nos hace precisamente humanos  es la  tensión inherente a la libertad, a la capacidad de elegir y encontrar soluciones para que  la vida como especie y como individuos, siga el camino de la moral y la dignidad o de la regresión y el caos.

La historia de la humanidad a pesar de la barbarie, siempre presente en algún lugar del mundo y en cualquier tiempo, ha sido la del progreso  esforzado del bien sobre el mal.

Ya fuera porque el “pacto social” que implica el  reconocimiento de los derechos y libertades de la que somos  titulares cada ser humano por el hecho de pertenecer a la especie, fuera necesario para la superviviencia de la misma, ya fuera  por otras causas meta-biológicas, lo cierto es que hoy el hombre individual y la humanidad están en la mejor posición –desde el punto de vista de la moral- que nunca hasta ahora han estado.

Desde las ideas que emanaron de la polis griega y la república romana, pasando por la escolástica, el renacimiento, las revoluciones francesa, americana y las revoluciones  proletarias o el idealismo, hasta la creación de la ONU y la declaración universal de los derechos humanos, tras la segunda guerra mundial, el hombre como especie ha avanzado hacia  el reconocimiento de dos   ideas indiscutidas: la igualdad de todos los hombres y el reconocimiento de los derechos inalienables de los que cada uno es titular por el hecho de ser hombre.  

Aun cuando algunas de esas revoluciones hayan conllevado actos de  violación de los derechos humanos, en unos casos, o en otros, los movimientos sociales  y políticos hayan surgido como reacción  precisamente  de la violación sistemática de  esos derechos hasta el paroxismo, el resultado histórico obtenido ha sido que  la idea de la igualdad de todos los hombres y el reconocimiento de su  dignidad, sus derechos y libertades fundamentales, han conquistado –al menos teóricamente- el  mundo.

Como plantea Erich Fromm en “El corazón del hombre” aunque  todas las religiones y movimientos socio-políticos sean  muy diferentes, todas tienen en común la idea de la alternativa básica del hombre. El hombre sólo puede elegir entre dos posibilidades: retroceder o avanzar. Retroceder a una solución patógena arcaica –dice Fromm- o  avanzar hacia el progreso moral. Encontramos esta alternativa formulada de varias maneras: como la alternativa entre la luz y las tinieblas (Persia); entre la bendición y la maldición, entre la vida y la muerte (Antiguo Testamento); o la formulación socialista de la alternativa entre socialismo y barbarie.

Ahora bien, también con Fromm, hemos de  reconocer que  “cada individuo o cada grupo de individuos puede no solo progresar hacia la orientación ilustrada y progresiva, sino regresar en un momento dado a las orientaciones más irracionales y destructoras”.  

“Somos hijos de aquella Europa donde está Auschwitz: hemos vivido en el siglo en el que se ha torcido la ciencia y que ha alumbrado las leyes raciales y las cámaras de gas.”  Proclamaba Primo Levi  para luego preguntarse y preguntarnos “¿Quién puede estar seguro de que es inmune a la infección?”

En  “El efecto Lucifer” el sociólogo americano,  Philip Zimbardo. recoge las conclusiones del conocido experimento de la cárcel de Stanford que llevó a cabo a principios de los años 70 con alumnos de dicha universidad y en el que demostró  la influencia de un ambiente extremo y la vida en prisión, en la conducta, dependiendo del rol social que como guardián o recluso tenían atribuido cada participante en el experimento.

Zimbardo reclutó a veinticuatro estudiantes universitarios de entre setenta voluntarios. Los elegidos, que lo fueron por ser los más estables desde el punto de vista psicológico y emocional, se distribuyeron  aleatoriamente en dos grupos. Uno de  guardias y otro de prisioneros.

La cárcel ficticia se instaló en el sótano del Departamento de psicología de la Universidad de Stanford.

Los guardias recibieron porras y uniformes caqui de inspiración militar También se les proporcionaron gafas de espejo para impedir el contacto visual.

 Los prisioneros debían vestir sólo batas de muselina, sin calzoncillos, y sandalias con tacones de goma, que Zimbardo escogió para forzarles a adoptar posturas corporales incómodas y  provocar su  desorientación.

Además deberían llevar medias de nylon en la cabeza para simular que tenían las cabezas rapadas, números cosidos a sus uniformes, por los que serían designados,  y una cadena alrededor de sus tobillos como «recordatorio constante» de su encarcelamiento y opresión.

La única prohibición fue el maltrato físico, todo lo demás estaba permitido con el único fin de conseguir su  despersonalización. Su “desindividuación” en palabras de Zimbardo.

Los prisioneros pasaron un procedimiento completo de detención por la policía, se les tomaron sus  huellas dactilares, fueron fichados y se les leyeran sus derechos. Tras la detención  fueron trasladados a la prisión ficticia, donde fueron inspeccionados, desnudados y desinfectados.

Los prisioneros sufrieron, y aceptaron, un tratamiento sádico y humillante a manos de los guardias, se  abandonaron rápidamente la higiene y la hospitalidad. El derecho de ir al lavabo pasó a ser un privilegio que podía, como frecuentemente ocurría, ser denegado. Se obligó a algunos prisioneros a limpiar retretes con sus manos desnudas. Se retiraron los colchones de las celdas de los «malos» y también se forzó a los prisioneros a dormir desnudos en el suelo de hormigón. La comida también era negada frecuentemente como castigo.

A medida que el experimento evolucionó, muchos de los guardias incrementaron su sadismo, particularmente por la noche, cuando pensaban que las cámaras estaban apagadas.

Muchos de los guardias se enfadaron cuando el experimento fue cancelado prematuramente a la vista de la rápida degradación sufrida por los participantes.

El estudio de Zimbardo puso de manifiesto lo fácil que resulta que una “buena persona” actúe con maldad o de manera inmoral dependiendo del entorno y las circunstancias;   que los impulsos arcaicos siguen siendo muy fuertes,  y que  circunstancias extraordinarias, como la guerra o un encarcelamiento prolongado, pueden abrir fácilmente canales que  permiten manifestarse a los mismos.  

Tras las imágenes difundidas  por la CBS  sobre las vejaciones cometidas por soldados americanos a presos iraquíes en la cárcel de  Abu Ghraib tras la ocupación del ejército americano  de Bagdag en 2003, y la apertura de un procedimiento penal  contra los soldados y mandos intermedios involucrados, la defensa del sargento Ivan Frederick, -cuya hoja de servicios hasta esos funestos hechos era impecable-, contrató a Zimbardo quien puso de manifiesto que “la posibilidad de dar un trato inhumano a los detenidos durante la ‘Guerra Global contra el terrorismo’ era totalmente previsible a partir de una comprensión básica de los principios de la psicología social, unida a la conciencias de numerosos factores de riesgo del entorno ya conocidos… la conformidad, la obediencia  socializada a la autoridad, la deshumanización, los prejuicios emocionales, los factores estresantes situacionales  y la escalada gradual del maltrato”.

Algo parecido  vivió de primera mano Primo Levi en Auschwitz. Cómo escribe Muñoz Molina en su prólogo a la trilogía imprescindible  del escritor judío: “Si esto es un hombre”, “La tregua” y “los hundidos y los salvados”. “Sobrevivir, repitió muchas veces –refiriéndose a Levi- no había sido un mérito,  mucho menos una experiencia espiritual ennoblecedora o redentora, sino un azar del que  sobre todo quienes pudieron lograr  en los campos algún privilegio, por ínfimo que fuera, o los que accedieron a cooperar en mayor o menor grado con los verdugos”. Cómo reconoció el propio Levi. “Un orden infernal como era el nacionalsocialismo ejercía  un espantoso poder de corrupción al que era  difícil escapar”.

  Si  creemos  en la imagen del hombre de Rousseau encarnada en la conocida frase: “El hombre es bueno por Naturaleza”, estaremos obligados a una  falsificación  optimista de la historia. Si  por el contrario,  creemos en la imagen del hombre de Hobbes (“Homo homini lupus”), estaremos negando  las muchas obras  que para el bien de los demás y del progreso moral de la humanidad emprendieron tantos hombres y mujeres ejemplares, como cegando la propia posibilidad de progresar desde el punto de vista moral.

 

La conclusión pues es que el progreso moral del hombre singular y de la humanidad no está en modo alguno garantizados, ambos viven en la dialéctica de la elección.

En estos momentos de la historia en que ciertos líderes narcisistas encienden la mecha del odio al diferente o hacen caer sobre él la culpa de los males que a tantos atenazan: el paro, la precariedad, la incertidumbre por el futuro, hemos de estar vigilantes frente a regresiones morales, y alzar nuestra voz y ejercer nuestro derecho de  voto cuando seamos llamados a las urnas en favor del aquellas opciones que mejor representen los ideales del progreso moral.

Como concluyó Primo Levy en “Los hundidos y los salvados”  “Ha sucedido y, por consiguiente, puede volver a suceder, esto es la esencia de lo que tenemos que decir".

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