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En torno a los límites de la RSE: respuesta a Antonio Vives (*)

Por casualidad, he visto muy recientemente un comentario que mi querido Antonio Vives ha hecho más de dos meses atrás a un artículo mío publicado en este diario (“Los límites de la RSE”). Un comentario que -por su lucidez y amabilidad- no quiero dejar sin respuesta, aunque sea tan tardía.

Ante mi indudable pesimismo, reclamaba Antonio una actitud propositiva: "no tiremos el bebé con el agua sucia" -demandaba-. “No digamos que la RSE no puede vercer los límites. Hagamos propuestas concretas... para vencer los límites” ¿Cómo? ¿Cuál es la propuesta?”.

Es verdad que mi artículo no planteaba propuestas de este tipo: se centraba sólo en la insuficiencia no sólo de la práctica, sino incluso del propio concepto de la RSE para impulsar en las grandes empresas comportamientos sustancialmente mejores que los habituales. Pero creo que las propuestas estaban implícitas en mis argumentos. Sea como fuere, y aunque muy sintética y quizás genéricamente, las trato de esbozar a continuación.

Antes de ello, no puedo dejar de manifestar mi coincidencia con la opinión de Antonio de que “debemos buscar maneras de que la empresa asuma progresiva y parcialmente sus responsabilidades”. Responsabilidades, desde luego, que es muy positivo que las empresas afronten voluntariamente. El problema es que en el mundo de las grandes empresas con vocación de lucro -como la realidad demuestra tozudamente- sólo lo hacen algunas y sólo -claro está- en la medida en que quieran hacerlo. Y la realidad también demuestra que son muy pocas -¿alguien se atreve a nombrar alguna?- y que sólo lo hacen de forma manifiestamente insuficiente. Y que, entre tanto, provocan generalizadamente considerables daños de todo tipo a amplios sectores de la población.

Por supuesto que hay vías de incentivo y fomento de la RSE que pueden ser importantes: particularmente la que el maestro Vives apunta: “la educación de los stakeholders”. Sin duda, las empresas asumirán más firmemente la RSE en la medida en la que el mercado y la sociedad la incentiven, la premien y la exijan. Pero, como señalaba en mi artículo, con carácter general el mercado -sobre todos los mercados financieros y de capitales, esenciales para las grandes empresas cotizadas-, lejos de incentivar la RSE, la penaliza, en tanto que la presión en el mercado de consumo sigue siendo patentemente débil.

Es en esta tesitura en la que creo cada vez más que -sin abandonar los anteriores- son decisivos dos caminos complementarios: la exigencia de las organizaciones de la sociedad civil (ONGs, organizaciones ecologistas y culturales, asociaciones de consumidores y de comunidades locales, sindicatos...) y la mayor -mucho mayor- presión política. Es en este último ámbito en el que creo que se deben plantear propuestas alternativas a las de la visión convencional de la RSE.

Es una presión que tiene que materializarse en muchos campos. Por ejemplo -y sin ánimo de exhaustividad-: a través de una regulación más severa de los mercados financieros que desincentiven el cortoplacismo de inversores y financiadores (entre otros aspectos, poniendo coto a la actuación de muchos inversores institucionales); a través de leyes y medidas de política económica que impidan o dificulten prácticas empresariales patológicamente irresponsables (desigualdades salariales obscenas, deterioro de los derechos y condiciones laborales, deslocalizaciones, externalizaciones y subcontrataciones desmedidas, persecución inmoderada del máximo beneficio inmediato...); a través de una mayor presión para el cumplimiento de los derechos humanos en toda la cadena de valor y para un cumplimiento tributario más responsable con la sociedad; a través de políticas de compra pública decididamente impulsoras de la RSE; a través de cambios legales en los sistemas de gobierno corporativo que posibiliten gobiernos más plurales y participativos; a través, incluso, de políticas orientadas a poner freno al crecimiento del poder de las grandes corporaciones, que -como se ha visto en el caso del sistema financiero- generan riesgos sistémicos para el conjunto de la economía, condicionan crecientemente al poder político y desvirtúan el propio sentido de la democracia... Algo que -más difícil todavía- en muchos casos requiere no sólo una voluntad política decidida, sino también una no menos decidida voluntad de coordinación internacional.

Ya lo sé. Desde luego que todo eso es enormemente complejo y desde luego que esas voluntades de intervención política y de coordinación internacional no se divisan por ninguna parte. Y desde luego también que se podría calificar de utópicos los planteamientos de este tipo. Pero no nos olvidemos, por favor, de dos cosas:

- Que más utópicos pueden todavía ser los discursos idílicos que confían plácidamente en que las grandes empresas van a poner coto a sus malas prácticas y van a asumir paulatinamente la RSE sólo por su propia voluntad y por los incentivos que propicien unos mercados crecientemente lúcidos, activos y también responsables.

- Que, por lo tanto -y por muy difícil que sea una acción política decidida a exigir e imponer legalmente la responsabilidad a las grandes empresas-, no hay caminos alternativos que permitan avances sustanciales. Y que, en consecuencia, reflexionar sobre cómo puede progresarse en éste es -en mi modesta opinión- la única forma de tomarse verdaderamente en serio el objetivo de conseguir que las grandes empresas mejoren significativamente sus comportamientos y sus impactos y se conviertan en agentes plenamente positivos para la sociedad. Es decir, la única forma de tomarse verdaderamente en serio la RSE.

Es ésta la razón de que concluyera mi artículo de marras sugiriendo que el debate sobre la RSE es un debate inevitablemente alicorto, por las propias limitaciones del concepto. Y que plantearse de verdad los objetivos anteriores exige un debate mucho más amplio, mucho más radical y mucho más político. Sin perjuicio de que me parezca positivo todo intento honesto de impulsar la RSE y de que me parezcan espléndidas las (escasas) empresas que lo tratan de hacer con sinceridad y sin finalidades prioritariamente propagandísticas/reputacionales/manipulatorias.

Dicho todo ello con las dudas de quien no está seguro de casi nada y con mi agradecimiento a quien no sólo se digna a leer mis insulsas cavilaciones, sino que, además, tiene la generosidad de comentarlas.

(*) Artículo publicado en Diario Responsable

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