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“SILENCIO”.

 Con ocasión de la entrega de los premios Princesa de Asturias celebrados en Oviedo el pasado mes de octubre tuvimos la oportunidad de conocer más de cerca a Martin Scorsese.

Durante la semana de los premios, la fábrica de armas de La Vega, en Oviedo, se convirtió  en un gran centro cultural donde se desarrollaron más de treinta actividades que tuvieron por eje central la obra y el legado del cineasta norteamericano, galardonado con el premio "Princesa de Asturias" de las Artes.

En el discurso que pronunció al recibir el galardón, Scorsese reflexionó sobre la función del arte en la sociedad. El arte, manifestó el cineasta, “resiste y cuando todo vuelve a su cauce, sigue allí, todavía en pie, todavía presente, al margen de las influencias y las modas populares. El arte con mayúsculas funciona al margen de contexto. La obra se mantiene por sí misma, sigue siendo el presente, y en última instancia, también la necesidad de crear obra nueva en respuesta a eso”.

Scorsese llamó la atención sobre la vital importancia de “mantener el arte en un lugar de honor y estima en nuestra cultura; siendo  aún más importante – subrayó- respetar la libertad de elección, pensamiento y acción que conduce a la creación del arte. Ahí es donde comienza la verdadera lucha; la lucha por el espíritu”.  Y rememorando a Don Quijote –añadió-: “Por supuesto, él luchó contra los molinos de viento. Se ha dicho que los molinos de viento pueden haber representado la tecnología de su época. Así que, para preservar el espíritu, luchó contra esa tecnología. Y con esa imagen en mente, una de las grandes y duraderas imágenes de nuestra civilización, podemos encontrar la manera de conquistar nuestra propia tecnología para que los artistas puedan usar esa tecnología en lugar de al contrario, donde la tecnología utiliza al artista”.

Para Scorsese, la libertad,  y la cultura y el arte como sus manifestaciones más elevadas,  nos acercan a la revelación. Precisamente, en el discurso pronunciado en la entrega de los premios en el teatro Campoamor,  Scorsese expresamente reconoció que aceptaba el premio en nombre de la libertad y de la revelación. “La libertad de encontrar la tranquilidad y el enfoque para no dejarse llevar por todas esas categorías absurdas actuales, o por los juicios triviales, los sistemas de calificación y los pronunciamientos de moda, para poder llegar –añadió- a ver todo el camino que conduce a la revelación de lo que no se puede nombrar, sino solo sentir y -para aquellos de nosotros que encontramos la gracia- expresar a través del arte.”

Precisamente esa búsqueda de la “revelación “ y de la “libertad”  es lo que ha hecho Scorsese a lo largo de su carrera, cada vez   con más sabiduría y con menos ataduras, hasta su postrer obra de arte “Silencio”.

En la entrevista que mantuvo durante esos memorables días con Isabel Coixet le reconoció que al terminar  “Hugo” pensó que la única película que quería hacer verdaderamente era “Silencio”, pero no veía que eso fuera ser posible, porque no pensaba “que la industria que estaba y está cambiando a una velocidad increíble estuviera interesada".

Desde luego “Silencio” resulta ser, al menos para mí, una película extraordinaria que vi y escuché, como una revelación compartida. La película desnuda –creo-  la fe en la duda del propio Scorsese, y lo hace a partir de la novela del mismo título del japonés  Shūsaku Endō, que recibió en 1966 el premio Tanizaki, que se entrega en Japón a  la mejor novela o obra de teatro del año.

  En el siglo XVII, dos jesuitas deciden afrontar el riesgo de ir al rescate del padre Ferreira del que corren rumores de que abandonó la Fe (Ferreira es una figura histórica, que apostató después de ser torturado y más tarde se casó con una japonesa y escribió un tratado contra el cristianismo).

La película  muestra  la llegada de los dos jóvenes sacerdotes, de su ocultación ante la represión que sufren los cristianos en la isla asiática, del consuelo que llevan a los creyentes ocultos, de su traición – fiel reflejo de la que sufrió Jesús por  manos de Judas-,  de su tortura ejercida por el inquisidor, en sus propios cuerpos y más duramente en los cristianos  del pueblo que les acogió, de las dudas ante el silencio desesperante, de la no respuesta a sus oraciones,  de la apostasía y de su vida vulgar y socialmente acorde con el budismo, hasta la muerte, con una escena final de una belleza y sincretismo magistral.

 

Scorsese en todo momento juega con la sutil línea que separa la fe de la razón, la alegría del  dolor, la libertad del determinismo, la vida de la muerte, el silencio del ruido, haciéndolo con una mirada a veces compasiva a veces cruel, pero siempre bella.

 

La película no deja indiferente (sobre todo pienso en quién como Scorsese mantiene su fe en la duda). Por su  intensidad dramática extraordinaria, su  gran fuerza expresiva, la belleza de sus imágenes, y su  música perturbadora,   nos enfrenta con los interrogantes de la Fe; con la duda, la debilidad, la incertidumbre y las contradicciones de la libertad humana.

La respuesta a todas estas cuestiones solo se encuentra en el “silencio”;  precisamente algo muy difícil de conseguir en esta sociedad, tan llena del ruido vacuo y estéril, del que nos previno Scorsese en su discurso, en el que precisamente reivindicó el “silencio” como prolegómeno de la creación artística, manifestación suprema de la Libertad que nos acerca a la revelación de lo que es el ser humano, con sus contradicciones e incertidumbres nunca resueltas.

Luis Suárez Mariño.

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