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Las dos Españas, ¿de nuevo enfrentadas?.

Reflexiones, transcurridos 80 años del término de la guerra civil.

A sus 63 años, agostadas las fuerzas y perdidas las esperanzas de ver una España mejor, Antonio Machado, recorría con su madre moribunda el último trecho que le separaba de la frontera con Francia, mientras la fuerza aérea de los alzados, bombardeaba los pasos fronterizos, atestados de civiles que huían de su patria.

Enfermo del alma, más que del cuerpo, días después Machado moriría en Coillure, recordando el jardín de su casa natal de Sevilla, y mirando al Mediterráneo.

El, junto con otros grandes de la literatura española, habían conformado la “generación del 98” y luchado con su pluma, por –como escribiera Laín Entralgo en un magnífico artículo titulado “la generación del 98 y el problema de España”- “aceptar y reclamar,  el principio de la libre discusión de todo lo discutible -esto es, de todo- y la tesis de una convivencia política basada en esa libre discusión”.

Han pasado 80 años,  40 años de dictadura  y  otros 40 años en democracia. Muchos españoles, no hemos conocido la guerra, otros muchos ni si quiera vivieron el franquismo; sin embargo, en estos últimos tiempos, da la impresión de que desde las posiciones más extremistas y demagógicas se pretende revivir el atrabiliario enfrentamiento de las dos Españas, que tanto hizo sufrir a aquella generación de escritores.

En  los duros  años de crisis económica, en que muchos han perdido el empleo,  otros han sufrido en su carnes la ignominia del desahucio instado  por las mismas entidades bancarias,  en buena  medida, responsables de la crisis, y muchos más han visto reducido su poder adquisitivo y  han sentido el miedo a perder los más elementales derechos sociales,  han surgido, como inevitable reacción frente al miedo, movimientos ciudadanos que han dado lugar a partidos políticos de corte, supuestamente asambleario, que han pretendido no solo criticar los excesos del capitalismo y la corrupción galopante, sino arrumbar el modelo de estado de la constitución del 78, deslegitimando sus propios fundamentos y su origen.

Cómo reacción frente a éstos partidos, y frente al reto constante al Estado de los partidos nacionalistas catalanes,  se ha despertado la ultra derecha - apaciguada desde la muerte del dictador-  proponiendo la defensa de una España ya trasnochada que, aun representando unos  “valores”, tradiciones y propuestas no solo  anacrónicos, sino, en algunos casos, contrapuestos frontalmente al respeto a la pluralidad ideológica, de culto y al libre desarrollo de la personalidad - valores constitucionalmente reconocidos en nuestra carta magna-, no dejan de tener predicamento en una sociedad, ciertamente descompuesta, desencantada  y que, huérfana de ideales, parece propensa a dejarse llevar por aquellos que se presentan como ufanos salvadores de la patria.

Precisamente el renacimiento de la “ultra derecha” ha escorado a otros partidos de corte conservador, más a su derecha, en un intento de recuperar los votantes perdidos,   a costa de dejar huérfano el centro-derecha, y con ello a la moderación y a la capacidad de diálogo; precisamente dos de las notas que más caracterizaron a la transición democrática y la elaboración de la Constitución del 78: La Norma Suprema que más prosperidad y paz ha traido a España, en toda su historia constitucional.

Hoy, parece de nuevo abierta, una zanja infranqueable entre las dos Españas y, por desgracia, parecen de nuevo, actuales los versos de Machado:

 “Españolito que vienes

al mundo, te guarde Dios.

Una de las dos Españas

ha de helarte el corazón”.

 

También Baroja, en su célebre discurso pronunciado en la Sorbona - recordado por Laín Entralgo en el artículo antes citado-  nos habló, utilizando palabras, que hoy serían igualmente apropiadas para referirnos a la gran mayoría de la clase política, de “la inmoralidad, de la chabacanería y de la ramplonería de los políticos, y del egoísmo y mezquindad de los separatismos catalán y vasco, para concluir que ,.. “Un hombre un poco digno no podía ser en este tiempo más que un solitario”.

Precisamente en soledad,  tan solo acompañando por su  madre anciana y  moribunda,   murió en Coillure, Antonio Machado.

A raíz de las recientes conmemoraciones del  80 centenario de su  muerte, hemos visto  con satisfacción  el reconocimiento del Gobierno de España, en el cementerio de ese  bello pueblo francés donde murió y sigue enterrado el poeta, a  Machado, y a todos los exiliados, que tuvieron que huir de su patria forzadamente.

Viendo las fotos de los campos de refugiados españoles –en realidad campos de concentración sin las mínimas condiciones higiénicas  y en la más rotunda escasez- establecidos por las autoridades francesas para confinar a más de 500.000   republicanos huidos, en Gurs,  Argelès-sur-Mer,  Saint-Cyprien o  Saint-Cyprien y Le Barcarès, resulta inevitable comparar, para vergüenza de Europa, esa situación con la que hoy se vive en los campos de refugiados Sirios.

Convendría  no  olvidar  tan fácilmente nuestra historia, y sacar lecciones de la misma, para evitar que se reproduzcan situaciones horrendas, de un pasado no muy lejano.

Como proclamara Azaña, en el célebre discurso, que pronunció desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona el 18 de julio de 1938: “Es obligación moral, sobre todo de los que padecen la guerra, cuando se acabe como nosotros queremos que se acabe, sacar de la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible, y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que les hierva la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelva a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído magníficamente por una ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad, perdón”.

Escuchando también estos días a  ese gran estudioso de nuestra historia contemporánea que es el irlandés , nacionalizado español, Ian Gibson,   quien, coincidiendo con el triste aniversario, presentaba su último libro “los últimos caminos de Antonio Machado”, me he sentido impelido a releer la poesía del sobrio y romántico escritor; enamorado, como el resto de aquella generación del 98 en la que se integra, de la naturaleza, a la que él amó desde su niñez andaluza,  y posteriormente allí  donde vivió y disfrutó de ella, desde la Sierra del  Guadarrama, que visitaba con frecuencia en sus años de estudiante  en la Institución Libre de Enseñanza guiado por  Ginés de los Ríos,  a  las Sierras de Cazorla y de Segura, cuando era profesor de francés en un instituto de Baeza,  o a  los campos de Castilla y las cumbres del Moncayo a los que cantó desde su destino soriano.

Viendo a nuestros políticos en campaña electoral, guiados  en sus discursos y propuestas, los unos por el tacticismo y los resultados de las  encuestas demoscópicas de intención de voto más que por un ideario  y compromiso claro con unos valores, y los otros, decididamente  provocadores, con declaraciones y propuestas incendiarias, faltas de la mínima prudencia y rigor;  dan ganas de huir y refugiarse en los páramos  y las montañas, donde uno puede encontrar la soledad necesaria para meditar y coger fuerza para intentar comprender esta España nuestra y,  lejos del continuo ruido de los medios, de las redes sociales, y del peligro de las cada vez más frecuentes fake news,  pensar sosegada y racionalmente, en cual sea la propuesta electoral que más interesa a España, y en qué manera, cada uno pueda contribuir,  desde su posición más o menos humilde, pero necesaria,  a que los ideales  de aquella generación de escritores,   muchos de los cuales se vieron reflejados en la Constitución del 78, no sean puestos en peligro, pues la historia es maestra en enseñarnos,  la fragilidad  de las construcciones humanas y lo fácil que resulta, agitados los más bajos instintos, echarlo todo a perder.

           

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