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LA PRESUNCIÓN DE INCUMPLIMIENTO: UN PRECIO MUY CARO PARA LA SOCIEDAD

En algún momento de todo esto me perdí. Algún cambio de valle, de camino, algo se me escapó pues no consigo entender.

Unas agencias de calificación que se erigen como custodios del bien y del mal. Ellas dictaminan lo bueno y lo malo, nos dicen dónde corremos peligro y dónde estamos seguros. Nunca nos explican por qué y lo más incomprensible es que les hacemos caso. Han fallado, fallan y fallarán pero les hacemos caso. Su gran error con la burbuja inmobiliaria, entre otros tantos casos, que recibió sus mejores calificaciones, parece no restarles la más mínima credibilidad y ahora se atreven a enjuiciar, para sus dueños, países enteros.

Ciertamente no entiendo nada. Vivimos en un mundo construido desde la desconfianza. Alimentamos ejércitos de fedatarios públicos para atravesar la línea de la desconfianza. Hemos construido homologaciones, certificaciones, sellos, denominaciones de origen,.....montones de instrumentos que nos tranquilicen porque partimos de la desconfianza. Acudes a un banco y por nimia que sea la cantidad que necesites exigen que les cubras el riesgo, debes avalar varias veces el importe que solicitas, lo que a muchas personas les imposibilita el acceso al crédito. Quieres comprar a plazos o abrir una cuenta de suministros y tienes que justificar hasta la saciedad quién eres y quién te cubre. Cuando somos las personas quienes aportamos esa garantía, los riesgos los corremos nosotros; cuando invertimos en terceros, y estos pertenecen a los tocados por la fortuna, volvemos a correr el riesgo nosotros. Incluso en ocasiones, quienes corrieron riesgos y fallaron, nos cobran a nosotros sus perdidas cuando nosotros no habíamos invertido nada. Esto es lo que estamos viviendo con los fracasos de los bancos que estamos pagamos todos nosotros.

Construir desde la desconfianza aporta tranquilidad al ahorrador, al inversor y evita que seamos objeto de aprovechamientos ilícitos. Eso es lo que nos argumentan para introducirnos en el túnel de la demostración constante de que somos honestos y justos. Pero uno ve la realidad y no encuentra la seguridad en esos mercados gestionados, cual partida de poker, por los pocos que permiten sentarse alrededor de ese tapete. Pero lo que es más grave, no sólo es la falsedad del argumento de la seguridad, que de cubrir a alguien no somos nosotros, sino que cala en la sociedad la cultura de la desconfianza como algo inherente a la raza humana. Aparte de multiplicar el trabajo para los abogados y juzgados nada bueno genera esa cultura.

Construir desde la desconfianza configura el ADN social para la economía del egoísmo. Trabaja en dirección opuesta a la generosidad y la empatía. Pierde la posibilidad de la cohesión social, destruye una parte de la base más noble de las relaciones humanas, la honestidad. En nuestros pueblos, no hace mucho tiempo de ello, cuando una persona daba su palabra no había que firmar contrato ni aportar avales, era ley y se respetaba. El apretón de las manos firmaba un compromiso entre personas y ambas partes sabían, aceptaban y respetaban sus obligaciones para con el otro. Esto fue antes de perderme claro.

Nuevamente la herramienta se convierte en fin y las personas servimos al supuesto fin, que no lo es. Ninguna de las ideas más brillantes en el mundo financiero, en los últimos años, se han construido desde la desconfianza sino todo lo contrario. El Grameen Bank busca el grupo de apoyo y la confianza entre los miembros del grupo. Las CAF (Comunidades autofinanciadas), proyecto que ya existe en todos los continentes contando con más 200.000 grupos de autofinanciación en todo el mundo, parte igualmente desde la confianza en el grupo y lo hacen en el terreno financiero. Claro, seguramente el éxito no lo mido por el porcentaje inmoral de ganancias que se consiguen en esas partidas de poker desde la cultura de la desconfianza. El colmo de esta cultura de la desconfianza relacionada con la especulación son los CDS (Seguros sobre Inversiones), especialmente aplicados al caso de la deuda pública que aportan nuevamente pingües beneficios en los mercados secundarios castigando de esta forma dos veces a los países, desde el tapete de la partida de poker, tan lejos de la realidad y de las personas que, no logro entender, por qué les hacemos caso.

Aceptamos lo que cualquiera de estas tres compañías digan, incluso sabiendo que su rigor está sujeto a quién paga sus servicios y, sin embargo, a nuestro vecino le pedimos que reduzca nuestro riesgo. Cuando el de enfrente nos hace un planteamiento distinto, le exigimos un sin fin de demostraciones para escucharle. Qué injusto y qué desnivelado. El agricultor ecológico debe demostrar que lo es constantemente, mientras que el que nos vende transgénicos y comida basura no tiene esos costes. Exigimos la demostración constante a quien se preocupa y se ocupa de que esto cambie mientras que, a quien lo perpetua, lo asumimos como bueno y ni preguntamos. Incluso si alguna vez preguntamos, nos dicen lo que quieren o les interesa y nosotros simplemente aceptamos.

Qué distinto se dibuja todo desde la confianza. ¿Cuál es el riesgo? La pillería, el sinvergüenza que nos puede estafar. Ese no nos tirará de nuestro hogar, como sí hacen los bancos, ni querrá apropiarse de nuestro país. El riesgo es mucho menor. Esa pillería puede verse reducida en la medida que la confianza crezca entre los vecinos, amigos, compañeros de trabajo, familia,... No nos equivoquemos, la gestión de la confianza genera cambio y lo genera desde la suma de muchos pocos que se enfrentan a la cultura impuesta por un sistema obsoleto, especulador y ladrón.

Nittúa
Núria González
Raúl Contreras

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