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La “o”, siempre la “o”: he ahí el reto

 

Recuerdo que un buen amigo resolvió una de las papeletas más difíciles de su vida profesional recurriendo a sus valores; le tocó gestionar por encargo de su compañía matriz, el cierre y liquidación de la empresa en la que trabajaba, a la que había llevado casi todo su equipo, y con los que la había levantado de la nada. "Voy a hacer lo que me gustaría que hicieran conmigo", pensó. Y a partir de ahí comenzó a colocar a su equipo, gestionó los pagos, incentivó bajas, prejubiló, ayudó a aquellos que se convirtieron en autónomos y cuando terminó el trabajo, dimitió y abandonó su puesto en la matriz, que le había prometido el oro y el moro por gestionar ese proceso sin ruido social.

El párrafo anterior no es mío, es de Alberto Andreu en una entrada de su blog que lleva por título ¿Cabeza fría o corazón caliente? Es una entrada digna de ser leída con atención, porque plantea con lucidez, claridad y los pies en el suelo la tensión tantas veces vivida y pensada en los términos que refleja su propio título. Y es una pregunta que no debe ser pasada por alto, aunque imagino a más de un MBA discutiendo el caso y sosteniendo que lo que finalmente pasó… no pasa nunca. Alguien dijo una vez que cuando los profesores y los consultores tienen una idea (en el extraño y sorprendente caso de que la tengan), enseguida hacen una matriz. La cabeza y el corazón, y sus correspondientes temperaturas, son unos símbolos muy potentes, que dan para un entretenido cuadro de doble entrada con el que se puede ocupar un rato de debate en cualquier programa de formación. Pero, en tanto que símbolos, hay que tomárselos muy en serio, en la medida que configuran nuestra manera de pensar (y de pensarnos) y nuestros estilos de actuación. Más aún: no sólo son símbolos, sino auténticas asunciones sobre como cabe situarse en la vida profesional.

¿Y si saliéramos por un momento de nuestro cuadro de doble entrada? Porque salir del cuadro de doble entrada es salir también de un círculo vicioso (y nunca mejor dicho): del círculo de la "o". Damasio, en El error de Descartes, ya señaló que esta escisión irreductible entre mente y cuerpo (y todo lo que cuelga de ella, que es mucho) no se corresponde en absoluto con nuestra realidad biológica y vital, pero que, en tanto que herencia cultural en Occidente, forma parte de nuestra programación; es una especie de ADN cultural que genera en nosotros contínuamente automatismos en nuestras maneras de pensar y de actuar. Es necesario, pues, borrar de la pizarra (o de las presentaciones en power point) nuestro entretenido cuadro de doble entrada.

Pero, ¿tenemos recursos para hacerlo? Esta es la cuestión. Recuerdo las caras de incredulidad que suscitó entre sus compañeros uno de los participantes en mi curso en el MBA de ESADE cuando, a propósito de un ejercicio que les invito a hacer a partir de la identificación y la descripción del mejor y el peor directivo que han conocido en su vida profesional, dijo que el peor directivo que había conocido era uno que, por cierto, obtenía excelentes resultados. O la pregunta que nos hizo una vez un participante en el Programa Vicens Vives, y que desde entonces no ha dejado de revolotear en mi cabeza: ¿se puede ser mejor profesional que persona? O la reacción, que tantas veces he oído al deliberar sobre estos temas, de quien se tranquiliza insistiendo en que una empresa no es una hermanita de la caridad (a lo que, por cierto, siempre tengo la tentación de contestar dos cosas: ¿y a usted quien le ha dicho que tiene que serlo? y, sobre todo, ¿usted ha tratado a fondo a alguna hermanita de la caridad?). O, remedando el título de la película, el comentario de que la empresa no es país para héroes o para santos. O la creencia, tantas veces repetida, de que alguien que, siguiendo la terminología de Alberto, actúe siguiendo los dictados de su corazón es alguien blandengue, ineficiente y sin futuro en esta selva en la que vivimos. El error de Descartes emergiendo una y otra vez, impidiéndonos salir del círculo vicioso de la "o".

¿Estamos condenados a vivir en este error? No necesariamente. En la traducción del poema zen Shin Jin Mei los traductores van locos por traducir una palabra (o su ideograma) y optan por algo tan raro… para nosotros, claro, como es hablar de la mente-corazón: una realidad única que incluye lo que nosotros separamos, hasta el punto que no tenemos ni palabras para nombrar dicha unidad, y por lo mismo no la consideramos ni real ni posible. Y, si nos repugna ir tan lejos, toda la tradición espiritual occidental (y muchas otras, evidentemente) se sostiene sobre la importancia del discernimiento. Saber discernir es algo mucho más amplio que saber tomar decisiones, pero su fruto es justamente actuar de manera adecuada en una situación determinada… precisamente porque uno ha conocido y comprendido lo que está presente en dicha situación, y no simplemente ha calculado sobre ella; algo que resulta especialmente decisivo en las situaciones en los que uno se juega su autenticidad. Y, ya volviendo a lo más cercano, Javier Gomá insiste para todo aquel que quiera atender a sus planteamientos, en la importancia capital para nuestro tiempo de recuperar la ejemplaridad como una categoría fundamental. Lo que ocurre es que a menudo no tenemos palabras ni experiencias para expresar otras aproximaciones a la acción que escapen del error de Descartes, ni estamos entrenados para el discernimiento, ni para valorar y reconocer la ejemplaridad.

¿Se puede ser mejor profesional que persona? Tarde o temprano tendré que ensayar una respuesta a esta pregunta. Pero, mientras tanto, me permito sugerir que el amigo de Alberto quizá lo que hizo, de hecho, fue cambiar la "o" por una "y".

www.josepmlozano.cat

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