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Éste es el título de una escultura que representa a un sin techo, y que solamente cuando te acercas puedes identificar con Jesús, por las señales de la crucifixión que tiene los pies. Tymothy Schmalz dice que la escultura se la inspiró un sin techo que vio justo antes de Navidad, y que le hizo reaccionar instintivamente diciendo que había visto a Jesús. En Toronto hay unos 5000 sin techo en el área metropolitana. Lo que resulta sintomático es que la escultura ha sido rechazada por varias iglesias católicas y por las catedrales de Toronto y Nueva York, con argumentos como que resultaría demasiado controvertida, vaga o, simplemente, que no sería apropiada. Finalmente ha acabado en la facultad de teología de los jesuítas, en Toronto.

Es curioso constatar, una vez más, como nos resistimos a cualquier propuesta que desborde los límites de nuestros patrones mentales y perceptivos. Y eso que esta propuesta plantea una cuestión central en los evangelios: la capacidad "ver", la educación y la transformación de la mirada que tenemos sobre el mundo y sobre nosotros mismos. El evangelio está lleno de textos donde la cuestión central es la capacidad y la disposición a ver a Jesús, precisamente allí donde no estaríamos predispuestos ni a verlo ni a buscarlo.

Es también una prueba más de la capacidad que tenemos los humanos de domesticar los símbolos. La cruz es un símbolo integrado en el paisaje, domesticado, sometido. Como se ha dicho, es uno de los logos más exitosos de la historia, y este éxito como logo es la apoteosis de su fracaso. Como lo es que sea noticia que el nuevo Papa no lleve una cruz de oro, cuando la noticia -y quizá el escándalo- debería ser la contraria. Hay cruces de oro y brillantes, pero a nadie se le ocurriría hacer (o al menos, llevar) una joya que fuera una silla eléctrica o uno cualquiera de los instrumentos de tortura que se usan todavía. Porque ésto es la cruz: un patíbulo torturador. Que la aceptemos tranquilamente como símbolo religioso debe ser porque forma parte de nuestra domesticación, y porque nos remite a prácticas y hechos de siglos atrás, hoy inexistentes, y que, como tales, no nos dicen nada ni tenemos con ellos ningún tipo de cercanía. Como se podría decir perfectamente: Dios nos libre de que nos remitiera el presente. Por eso Jesus The Homeless es controvertido, vago y no apropiado. Y, finalmente, apartado de las iglesias. No porque lo sea en sí mismo, sino porque no estamos dispuestos a que nada ni nadie estorbe los parámetros de nuestro confort mental y -pretendidamente- espiritual.

Al leer este hecho regresé a aquella sobrecogedora novela de Ralph Ellison, Invisible Man. Una novela en la que el protagonista comienza explicando que es un hombre invisible, pero no porque le pase algo como a algunos personajes de ficción, o porque sea otro ectoplasma de Hollywood, ni tampoco porque haya tenido algún accidente bioquímico en su epidermis. Es invisible, simplemente, porque la gente se niega a verlo. Y continúa: "la invisibilidad a la que me refiero sucede debido a una peculiar disposición de los ojos de aquellos con quienes entro en contacto. Es cuestión de sus ojos internos, aquellos con los que miran a través de sus ojos físicos hacia la realidad ".

Toda sociedad se construye sobre la invisibilización de algunos de los que forman parte de ella. Una cosa es que sepamos que en Toronto (o en Barcelona, ​​o donde sea) haya unos 5000 sin techo, y otra es verlos en concreto. Si algo me ha impactado siempre es oir a los que trabajan con los sin techo cuando me dicen que lo que más les hiere es que la gente por la calle ni los mira. Invisibles. Como la reacción instintiva (?) de girar la cabeza cuando vemos alguno en una esquina o en un cajero.

No se trata ahora de hacer literatura a propósito a ellos, que sería otra forma de manipulación. Se trata de recordar que la educación de lo que Ellison denomina los "ojos internos" es un componente clave del crecimiento personal y del cambio social. Es curioso como se califican de "racionales" decisiones cuyo fundamento es que se toman sobre hombres invisibles. Hoy en día, la forma más sofisticada de llevar gente a la invisibilidad es convertirla en cifra. Siempre me ha parecido muy significativo que una de las peticiones de los desahuciados más desatendidas por los políticos sea que vengan a nuestras reuniones: es decir, que nos vean. (Por cierto, petición que podría hacerse extensible a determinados ejecutivos). No nos engañemos: la sociedad de la imagen es a la vez la sociedad de la ceguera y la invisibilidad. Quizás precisamente gracias a la profusión de imágenes.

Otra manera de definir qué es una sociedad injusta sería decir que es aquella que condena más y más personas a la invisibilidad. Invisibles para el sistema, pero también invisibles para cada uno de los que no están -estamos- dispuestos de verdad a verlos: no es sólo un reto político, sino también de ciudadanía y, en último término, de humanidad. Y, para los cristianos, conformarse y aceptar este tipo de invisibilidad es, directamente, una blasfemia. Que queda simbolizada por esta decisión de excluir Jesus The Homeless de la iglesia.

Quizás por eso sea tan difícil cambiar determinadas relaciones de poder injustas si, simultáneamente, no cambian los ojos internos de cada uno de nosotros.

www.josepmlozano.cat

@JosepMLozano

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